ARTÍCULO

Con asociaciones, pequeños agricultores buscan dominar grandes mercados en Colombia

Julio 27, 2010


TITULARES
  • Asociaciones de pequeños productores rurales pueden mejorar la infraestructura y experiencia necesarias para satisfacer los estándares exigidos por los mercados más avanzados.
  • Estas alianzas, que benefician a 12.000 hogares colombianos y promueven la unión entre el sector público y el privado, son pioneras en América Latina.
  • Casos de este modelo, respaldado por el Banco, existen también en Bolivia, Panamá, Guatemala y Brasil y se planean extender esos proyectos a Honduras y Jamaica.

27 de julio de 2010 — Para Adriana y Nalcy Banderas, agricultoras que trabajan arduamente en un agreste poblado de Colombia,  el piar de los pollitos recién nacidos es el sonido de un próspero y novedoso medio de sustento.

Esta madre y su hija obtuvieron un éxito inesperado criando aves de corral en los terrenos del fondo de su vivienda, ubicados a lo largo de un sendero de arcilla roja en una pequeña granja ubicada en un verde paraje de Colombia.

Sin las aves, ni su granja, las mujeres tendrían que viajar todos los días, más de dos horas hacia Cali, la ciudad más cercana, para ganar dinero trabajando en las casas de otras familias, aseguran.

Pero eso no sucede debido a que Nalcy y Adriana superaron la línea de pobreza gracias a su trabajo en su granja. En la actualidad, ellas ganan unos US$450 al mes, suma muy superior al ingreso nacional promedio.

Con el fin de hacer crecer su negocio, se unieron a una asociación de productores rurales, un nuevo modelo respaldado por el Banco Mundial que vincula a los pequeños agricultores en dificultades con mercados más grandes.

Desde entonces, Adriana duplicó la cantidad de pollos en cuatro años gracias a la compra de corrales modernos y abiertos, los cuales adquirió para adaptarse al crecimiento de su pequeña empresa.

“Mi esposo tiene un taller pero a veces las cosas están muy apretadas y el dinero no alcanza, con estos seiscientos pollos he visto que puedo contribuir al gasto familiar y solucionar algunas cosas de la casa”, explica, mientras permanece de pie, con sus botas de trabajo de goma negra.

Ahora cuenta con su propio dinero y costea parte de los gastos del hogar, entre ellos la comida y los artículos escolares para sus dos hijos. Nalcy, por su parte, disfruta de una nueva sensación de independencia y liderazgo dentro de su familia y comunidad.

“Me siento una mujer útil, una mujer que puedo producir. A través de mi trabajo  puedo cumplir mis metas como persona, con mi familia,  yo puedo tener mis sueños y cumplir mis metas, me gusta mucho mi trabajo, además me mantengo ocupada.” dice.

Modelo público-privado

La experiencia de estas dos mujeres colombianas no es  única en América Latina, en donde se pueden encontrar pequeñas empresas agrícolas manejadas por mujeres que venden productos como  miel de abeja,  pescados,  plátano, leche, café y  flores de ornato.

Sin  embargo,  el Proyecto de Sociedad Rural Productiva de Colombia, en el que participan Adriana  y su hija, es el primero en su tipo en promover la unión del sector público y privado en una asociación de productores rurales.

Este modelo funciona ayudando a las organizaciones de pequeños agricultores a mejorar la infraestructura y el conocimiento necesario para satisfacer los mayores estándares de calidad exigidos por los mercados más avanzados y lucrativos.

Para incursionar en tales mercados, el programa ofrece capital, asesoramiento administrativo gratuito, equipo e infraestructura básica, como por ejemplo una planta empacadora. 

Las asociaciones logran respaldo gracias a la presentación de un plan de negocios, que incluye acuerdos contractuales planificados con un potencial comprador.

Las personas a quienes se les aceptan las propuestas, luego de un extenso proceso de revisión y de un estudio de factibilidad independiente, reciben financiamiento y ayuda del Ministerio de Agricultura.

Por primera vez, las mercancías de estos agricultores de pequeña escala no quedan relegadas únicamente a los puestos locales de alimentos, sino que llegan a los supermercados líderes de Colombia y, en algunos casos, se exportan al extranjero.

Los productores suben en la cadena de valores y ganan mejor. En lugar de vender productos a granel sin clasificar pueden comerciar productos envasados, clasificados y calificados.

Existen asociaciones en toda la región

Asociaciones de productores rurales participan en proyectos del Banco en Bolivia, Panamá, Guatemala y Brasil, y existen otras programadas para Honduras y Jamaica.

Bolivia cuenta con el programa más extenso, dado que alberga a 295 de estas que benefician a 13.097 hogares.
En Colombia, ascienden a 170 y llegan a 11.714 familias. En Panamá existen 32 y en Guatemala 30, las que favorecen a unos 1.500 y 6.000 hogares, respectivamente.

Los programas son intensivos y de escala reducida con el fin de crear un “efecto demostración”, explica Marie-Helene Collion, ingeniera agrónoma principal para América Latina y el Caribe del Banco Mundial.

“La idea es que los diferentes actores de los países, como las organizaciones no gubernamentales, gobiernos locales y cámaras de comercio comprendan el enfoque y promuevan el modelo por sí mismos”, agrega.

Los proyectos fomentan la ampliación paulatina y la adopción del modelo de asociación tanto para el sector público como el privado, con el objetivo puesto en la sostenibilidad a largo plazo.

Hasta el momento, algunas de las compañías de cacao y jugos más importantes de Colombia adoptaron esta estrategia y fortalecieron su compromiso con los pequeños agricultores como parte de sus políticas normales de abastecimiento.

Promoción de la cohesión social

La posibilidad de que las asociaciones de productores funcionen para los socios y los miembros de dichas organizaciones radica a menudo en la capacidad de una comunidad diversa para trabajar unida. Estas asociaciones no dependen sólo de la cohesión social, sino que además pueden fortalecerla.

En Colombia, Wilson Quiceno y María Elena Rincón administran una granja colectiva que cultiva maracuyá, en la que trabajan grupos tradicionalmente vulnerables, entre ellos desplazados internos y ex combatientes.

"Para mi es una experiencia nueva y muy interesante porque es  aprender a convivir con personas…desplazados, que vienen con un trauma de un conflicto y para convivir con víctimas y victimarios." dice Wilson, en medio de las hileras de vid de su granja cerca de Buga.

Estar aquí también con grupos autodefensas es difícil manejar gente con muchas ideas diferentes es difícil pero te va creando carácter.

La asociación se administra desde el hogar de Rincón y las decisiones se toman en forma colectiva, pero cada miembro es dueño de una hectárea de tierra para cultivar maracuyá.

“Es un orgullo saber come ser administrador y se le abre a uno las puertas...Crecer. Crecer intelectualmente es una meta, la gente pude demonstrar al ministerio de agricultura y al gobierno nacional de que nosotros somos campesinos y que empezamos algo nuevo pero que hemos podido sacarlo  adelante”


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