Santos Albertina Rodríguez no fue a la escuela. “Yo no sé nada, leer ni escribir. No fui al colegio porque mi papá nunca me dijo te voy a matricular”, explica mientras espera de pie, junto a decenas de otras mujeres en el hondureño municipio de El Paraíso. Todas ellas recibirán una cantidad que oscila entre las 1,250 y las 2,500 lempiras (o lo que es lo mismo, entre 65 y 130 dólares), entregadas por el Gobierno para paliar la pobreza extrema.
Las que tuvieron la suerte de asistir a la escuela firmarán con su nombre y apellido. El resto, como Santos Albertina Rodríguez, estamparán su huella dactilar en un papel. Un simple gesto que a muchas mujeres les permitirá administrar, por primera vez, el dinero del hogar. Una huella dactilar que es sinónimo de empoderamiento.
“Yo nunca he ido al banco. Mi marido es el que va. Él es el del dinero”, explica Jesús Mendoza, otra de las mujeres que el pasado 3 de abril llegaron a El Paraíso para recoger el Bono 10,000, como se denomina el Programa de Transferencias Condicionadas del Gobierno de Honduras, que hasta el momento ha beneficiado a más de 300.000 personas.
Se considera que 10,000 lempiras anuales (o lo que es lo mismo, 523 dólares) es la cantidad necesaria para paliar las necesidades básicas en un país donde más de dos tercios de la población vive en situación de pobreza, y que afecta sobre todo el área rural. El programa va dirigido especialmente a las mujeres, para las cuales el “Bono”- como suelen denominarlo- a menudo supone su primer ingreso.
“Hay evidencias basadas en experiencias internacionales que reflejan que las mujeres deciden sobre el gasto del hogar de forma distinta a los hombres, pues tienden a usar el dinero en educación, salud y alimentación para los hijos”, explica Pablo Acosta, experto en protección social del Banco Mundial.
Al entregar a las mujeres el Bono 10,000 se consigue, a la vez, empoderarlas. “El hecho de tener su primer ingreso cambia la relación de poder dentro del hogar. No es algo que se aplique a cualquier contexto porque los hombres pueden seguir ejerciendo un control pero las evaluaciones nos demuestran que hay indicios de que con ello se mejora el nivel de negociación dentro del hogar”, detalla Acosta.
El Bono 10,000 va destinado a las mujeres más vulnerables. Las más pobres entre las pobres. Madres, en ocasiones, de hasta siete hijos. Mujeres con mirada triste. Sin más sueños que vivir un poco mejor. Pero con una convicción: la de querer garantizar a sus hijos aquello que ellas no tuvieron: un futuro mejor. Algo que empieza por asegurarles la salud y la educación.
El compromiso de ir al médico y a la escuela
Marcada por el hecho de que nunca pudo acceder a la escuela, hoy Santos Albertina tiene claro que quiere revertir esta situación. “Por eso yo estoy luchando, para que mis hijos aprendan”, explica, mientras lamenta vivir una vida nada fácil. “Uno lucha para pasar cada día”, explica. El dinero percibido es la prueba de que cumplió con un compromiso.
Y es que el Bono 10,000, a diferencia de lo que a menudo se considera, no es dinero regalado. Para recibirlo las madres deben cumplir con llevar a sus hijos a la escuela y al médico. En concreto, el programa establece que las mujeres con niños de 0 a 5 años deben llevarlos a los chequeos médicos establecidos por la Secretaría de Salud de Honduras, algo que deben cumplir también las mujeres embarazadas. En el caso de las madres con niños que estén entre el 1º y el 6º grado, el compromiso consiste en que asistan, como mínimo, a un 80% de las clases.
“El Bono es un pacto social entre el Gobierno y las familias. Las familias no son beneficiarias, son corresponsables”, explica Acosta. Una responsabilidad que, a cambio, genera esperanzas.
“El Bono 10,000 le ayuda bastante a uno pobre”, explica Reina Margarita Palma, otra de las beneficiarias del programa, originaria de la comunidad de El Portillo de Volcancitos, en el departamento de El Paraíso.
“Con lo recibido compramos alimentos y calzado para los niños”. Su riqueza se limita a una pequeña parcela que le quedó a su marido tras repartir la tierra entre los siete hijos de un primer matrimonio. “Allí cultivamos café, hortalizas y árboles frutales. De eso comemos”, relata. “Nos gustaría vivir como se debe pero es duro”, lamenta. “Todo está caro y a veces no ajusta uno”, agrega Reina Margarita Palma.