En el momento en que una fruta no consumida se lanza a la basura, con ella desaparece también el trabajo de meses de un agricultor, muchos nutrientes y una serie de recursos como agua, energía y fertilizantes. Ahora, imagine que el 45% de frutas y verduras que se producen en el mundo se desperdician cada año, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas (FAO). Como muestra, al año se pierden 3,7 billones de manzanas.
El problema puede ocurrir antes o después de la siembra, en las etapas de procesamiento, distribución y consumo. Mientras que en América del Norte el desperdicio se produce principalmente en la última fase, en América Latina la mayor parte de las frutas y verduras se pierden al comienzo de la producción: alrededor del 20% en la fase de siembra y casi el 10% entre la cosecha y el procesamiento, informa Save Food - Iniciativa Global para Reducir el Desperdicio de Alimentos, de la FAO.
Es por esta razón que la región invierte cada vez más en proyectos, especialmente para los pequeños agricultores, que por sí mismos no siempre tienen la experiencia ni los recursos para evitar la pérdida de alimentos.
A lo largo del noreste de Brasil, por ejemplo, es común encontrar pequeñas fábricas de pulpa congelada que se utiliza para hacer jugos, mermeladas y otros insumos. Además de dar una vida más larga a las delicias locales como la guayaba, umbú, acerola, mango y el anacardo, agregan valor a las frutas frescas. Un kilo de pulpa de mango puede costar ocho veces más que la misma medida de la fruta sin procesar.
Esta es la experiencia de una agricultora de Flores, poblado de apenas 288 habitantes, en la región semiárida de Pernambuco, noreste de Brasil. Ivanilda Barbosa, de 45 años, presidente de la Asociación de Mujeres Campesinas de Saco dos Henriques, descubrió en la fabricación de pulpa la solución a diversos problemas, no sólo el de los desperdicios de alimentos.
Hasta el 2007, la comunidad vendía sólo frutas frescas y no siempre podía conseguir colocar toda la producción. "Se desperdiciaban y terminaban tiradas por el suelo sin ningún beneficio, sólo fertilizando la tierra. Pensamos que podríamos obtener algunos ingresos de eso y empezamos a fabricar pulpa de fruta artesanalmente", recuerda Ivanilda.
Al principio, el grupo utilizó licuadoras y congeladores domésticos, un esfuerzo positivo, pero no suficiente para aprovechar toda la fruta. Poco a poco, el método de producción se fue sofisticando, y ahora los trabajadores (14 mujeres y dos hombres) están orgullosos de la pequeña agroindustria que están formando, con capacidad para producir hasta 12 toneladas por año.