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Discursos y transcripciones Abril 10, 2018

Ricos y pobres: Oportunidades y desafíos en una era de disrupción

Antes de 1800, prácticamente todos eran pobres. Estaba la realeza, estaban esos grandes terratenientes, pero ellos constituían una pequeña minoría, y prácticamente todas las personas vivían en la pobreza. Además, todos vivían muy vinculados a sus tierras. Esa era la historia de la humanidad. Por cierto, hubo algunos cambios enormes, como la agricultura. Antes de que surgiera la agricultura, la mayor parte de las personas eran cazadores y recolectores. Y luego, con la agricultura, la producción de alimentos llegó a las personas, y no viceversa. La gente no tenía que salir a buscar alimentos. Había lugares donde sabían que se generaría un suministro constante.

Pero la riqueza estaba ligada a la tierra, y quienes controlaban la tierra, controlaban gran parte de la riqueza del mundo. La dificultad estaba en el transporte o el traslado de todo: artículos, ideas, personas. Era muy difícil movilizar cualquier cosa, por lo que no había mucho comercio. Así, el costo de trasladar cosas era un aspecto realmente importante y configuró la manera en que se formaron las sociedades.

En el siglo XVII, solamente 3000 barcos europeos navegaban a Asia. En el siglo XVIII, durante los 100 años siguientes, lo hacían alrededor de 6000 embarcaciones. Era muy difícil transportar todo tipo de artículos.

Ahora bien, entre 1800 y 1820 aproximadamente, hubo acontecimientos muy importantes. Y los dos más significativos que suele estudiar la mayoría de los historiadores son la Revolución Industrial y el descubrimiento del vapor. Alrededor de 1820, el vapor hizo posible el transporte de bienes, y el transporte de bienes impulsó la industrialización, el comercio y el crecimiento económico.

Pero justo alrededor de esa época, con el advenimiento de la Revolución Industrial y el vapor, también se inició lo que una de las grandes economistas, Deirdre McCloskey, denominó la “gran divergencia”, lo que significó que ciertas áreas, en especial Europa y Estados Unidos, se hicieron ricas muy rápidamente.

Ella habla de la fundación, la formación de la denominada burguesía. Y la burguesía la constituían antiguos campesinos suficientemente cercanos a la realeza que querían vivir de esa manera. Por eso, ella considera el surgimiento de la burguesía como un acontecimiento muy importante, porque fue la precursora de la clase media.

En los dos siglos transcurridos desde 1820 hasta ahora, la disponibilidad de bienes y servicios sencillamente explotó. No se trató de cambios menores: hubo enormes cantidades de cambios, porque antes de 1820, las personas nacían y morían prácticamente en el mismo mundo. Desde que nacían hasta que morían, el mundo no cambiaba mucho. Pero a partir de 1820, comenzó a transformarse vertiginosamente.

Hace dos siglos, en Estados Unidos, cuatro de cada cinco adultos trabajaban para cultivar alimentos para sus familias. En la actualidad, un agricultor alimenta a 300 personas.

La razón por la que menciono esto es que debemos poner las cosas en perspectiva. Tenemos que poner la evolución del progreso humano —el desarrollo, que es a lo que nos dedicamos en el Banco Mundial— en la perspectiva de lo que sucedió antes.

El presidente de China, Xi Jinping, habla de miles de años de gran éxito. Y, ciertamente, Asia y Oriente Medio fueron la cuna de gran parte de la innovación antes de 1800. Sin embargo, a menudo él dice que los 200 años siguientes a 1800 no fueron tan prósperos para China, aunque sin duda ese país crece aceleradamente en la actualidad.

Pero recuerden que, antes de 1800, prácticamente todos eran pobres.

Ahora bien, esto es lo que observo dondequiera que voy: en todas partes veo a jóvenes que tal vez no posean un teléfono inteligente, pero tienen acceso a ellos. Muchos analistas señalan que, para 2025, todo el mundo tendrá acceso a banda ancha.

Cuando se tiene acceso a banda ancha, cuando la gente puede usar la internet, ocurren dos cosas. En primer lugar, las personas se sienten mucho más satisfechas con su nivel de vida cuando tienen acceso a la internet. Pueden ver cómo funciona el mundo. Pueden ver películas, programas de televisión. Su nivel de satisfacción con la vida aumenta.

Pero lo otro que sucede es que el nivel de ingresos de referencia de las personas aumenta, y esto es algo que realmente estudiamos en el Grupo Banco Mundial. El nivel de ingresos con respecto al cual cada persona compara su propio nivel de ingresos aumenta. Y cuando eso ocurre, el nivel de ingresos propio también se tiene que incrementar, pues de lo contrario las personas no se sienten satisfechas.

La tecnología será de gran utilidad al permitir que todos estén conectados, pero lo otro que hará al mismo tiempo es eliminar algunos empleos. 

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Existen muchas predicciones diferentes acerca de cuántos empleos se perderán. Algunos señalan que se eliminarán prácticamente todos.

Permítanme contarles lo que dice una persona a quien conozco bastante bien: Jack Ma, el fundador de la gran empresa Alibaba. Es el hombre más rico de China. Fundó una compañía enorme.

Jack Ma dice lo siguiente: “En vida, mi abuelo trabajaba 16 horas al día, 6 días a la semana y sentía que estaba muy ocupado. Yo trabajo 8 horas al día, 5 días a la semana y siento que estoy muy ocupado. Mis hijos trabajarán 3 horas al día, 3 días a la semana y sentirán que están muy ocupados”.

Él dice que todo empleo que requiera fuerza física será eliminado por la tecnología. Y va más allá, al declarar que todo empleo basado en el conocimiento también será eliminado, tal vez no tan rápidamente, pero desaparecerá. Según su interpretación, cada vez que ocurren estos tipos de ruptura —y él cree que la forma en que avanzan la inteligencia artificial y la tecnología es una ruptura importante—, transcurren al menos 30 años de enormes dificultades y trastornos.

En consecuencia, ¿qué debemos hacer? ¿Cómo respondemos ante estos trastornos? ¿Cómo respondemos ante este fenómeno, en que cada persona sabe cómo viven los demás, y sus aspiraciones aumentan? La gente quiere más para sí misma, pero al mismo tiempo la tecnología podría eliminar muchísimos empleos.

Pues bien, si damos una mirada retrospectiva a la forma de abordar el problema de la desigualdad, de abordar el problema de la pobreza, este hombre, Andrew Carnegie, es una figura muy importante. En un libro titulado The Gospel of Wealth (El evangelio de la riqueza), escribió: “Aquel que muere y deja disponible una riqueza multimillonaria que debiera haber administrado en vida será despedido sin lágrimas, himnos ni honores. Aquel que muere rico de ese modo muere en el oprobio”.

Carnegie ayudó a otra personalidad, John D. Rockefeller, a pensar distinto acerca de su dinero. Y así comenzó la filantropía.

La palabra “filantropía” se introdujo en la lengua inglesa alrededor del siglo XVII, traducida del griego philanthrōpia, que significa “amor al género humano”.

Perdón, permítanme retroceder un poco.

En 1601, el Parlamento británico promulgó el Estatuto de Usos Caritativos: la primera vez que los Gobiernos debían brindar asistencia a los pobres en cada región.

Alrededor de esa misma época, los líderes islámicos conferían bienes para crear importantes centros educacionales. El sah Abbás de Persia —recién hablaba de esto con Padideh— aportó fondos a un colegio en la Mezquita Real, lo que estableció un patrón para otros colegios similares.

Por lo tanto, existía la tradición de la filantropía. La cuestión es que la filantropía, que era nuestra manera tradicional de pensar sobre cómo atacar el problema de la desigualdad y la pobreza, ya no va a funcionar.

Veamos otro ejemplo; uno muy famoso es, por cierto, el de Albert Schweitzer. Siempre me meto en problemas cuando hablo de esta manera sobre Albert Schweitzer, porque la gente lo admira mucho, por buenas razones. Albert Schweitzer formaba parte de una tradición diferente. Pertenecía al movimiento colonialista y también era misionero. Existía el sentimiento de que era responsabilidad de personas como Albert Schweitzer llevar la civilización a las masas incivilizadas. Pero Albert Schweitzer también se definía a sí mismo como un gran médico que brindaba asistencia a los pobres.

La primera vez que supe de esto fue porque en el hospital donde me formé en Boston había un cardiólogo que visitó a Albert Schweitzer en la década de 1950. A su regreso, el médico redactó un breve informe en el que decía que estaba absolutamente horrorizado por las condiciones que encontró en el hospital de Albert Schweitzer. El cardiólogo se especializaba en trastornos del ritmo cardíaco. Relató que allí había muchos pacientes que sufrían de estos trastornos, y que había cosas que se podían hacer por ellos, pero no se hacían. Era un informe breve. Pero, posteriormente, un periodista británico llamado James Cameron visitó a Schweitzer en 1953, y escuchen lo que escribió acerca del hospital:

“El hospital causaba espanto. Yo me había preparado para algunas cosas poco ortodoxas, pero no para esta miseria flagrante. El doctor había obviado todo adelanto mecánico hasta un punto que parecía pedante y horroroso a la vez. Los pabellones eran chozas rudimentarias, mal ventiladas y oscuras, con catres y almohadas de madera, y todos estaban infestados por las gallinas y los perros. No había agua corriente, salvo la lluvia; no había gas, ni alcantarillado, ni electricidad, excepto —como cabría esperarse de él— para el quirófano y el gramófono”.

Cameron continúa: “En esa oportunidad dije que el hospital existía para él, y no él para el hospital. Era deliberadamente arcaico y primitivo; formaba parte deliberadamente de la selva que había a su alrededor, un telón de fondo de su propia creación que, sin duda, significaba mucho más filosóficamente que desde el punto de vista médico".

Ahora bien, parte de la crítica aquí es la intención de Schweitzer, y él hablaba de ello con mucha claridad. Hablaba sobre esto, era una inspiración para muchos. Él hablaba de su misión de corregir las injusticias que otros habían instigado en nombre del cristianismo.

Durante 30 años trabajé en una organización llamada Partners in Health, donde tratábamos de hacer justamente lo contrario de lo que vimos que había hecho Schweitzer. Pensábamos que no se trataba de nosotros, sino de brindar la mejor atención médica que pudiéramos ofrecer por respeto a la humanidad fundamental del prójimo.

Son tantas las aspiraciones, hay tanto anhelo de acceder a la educación, de velar por que nuestros hijos no estén subalimentados. Son tantas las aspiraciones, y una vez que las personas acceden a la internet, las aspiraciones continúan aumentando. ¿Cómo podemos responder ante esta situación?


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Bueno, aquí llegamos a la esencia de lo que somos como institución. El Banco Mundial —que en esa época era solo una parte del Grupo Banco Mundial— fue fundado en 1944 y nació de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial. En una acción brillante, los líderes mundiales, especialmente del Reino Unido y de Estados Unidos, expresaron que antes del término de la guerra había que crear instituciones que, por un lado, pudieran brindar estabilidad, porque antes de la Segunda Guerra Mundial y durante esta, se libraban guerras monetarias. Los países devaluaban su moneda, trataban de hacer todo lo posible para sacar ventaja, y el estado de las monedas de todo el mundo era desastroso. Por eso, tenían que dar cierta estabilidad al sistema internacional.

Además, pensaban que debía existir una organización para reconstruir Europa, y eso es el Banco Mundial. El nombre original era Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, y su propósito era la reconstrucción de Europa.

Pero justo alrededor de esa época, en 1946, ocurrió algo que fue anunciado en un discurso de la ceremonia de graduación en la Universidad de Harvard por el general George Marshall, que se llamó el Plan Marshall. Luego, el Plan Marshall se ocupó de la reconstrucción de Europa, y el Banco Mundial tuvo que encontrar otras cosas que hacer.

No obstante, el primer préstamo del Banco Mundial se otorgó a Francia, pero desde entonces nuestra institución ha cambiado y posteriormente se centró más en la pobreza.

El secretario del Tesoro, Henry Morgenthau, inauguró la conferencia y señaló que la meta del Grupo Banco Mundial, el objetivo de sus reuniones, era crear una economía mundial dinámica, y aquí cito los principios fundacionales: “La creación de una economía mundial dinámica en la que los pueblos de cada nación serán capaces de realizar sus potencialidades en paz, elevar sus propios estándares de vida y gozar cada vez más de los frutos del progreso material. Porque la libertad de oportunidades es la base de todas las demás libertades”.

También sostuvo que “[...] la prosperidad no tiene límite fijo. No es una sustancia finita que se pueda disminuir dividiéndola. Por el contrario, mientras más prosperidad tengan las demás naciones, más tendrá cada nación para sí misma”.

Esa era una visión maravillosa y no creo que nos hayamos apartado demasiado de ella, incluso en la actualidad.

A propósito, la otra persona que organizó la conferencia, además del secretario del Tesoro Henry Morgenthau, fue el gran John Maynard Keynes, tal vez el economista más famoso de todos los tiempos después de Adam Smith, y una persona muy, muy importante. Dicha conferencia, que no fue fácil, dio lugar a la fundación de esta organización.

¿Entonces, a qué nos dedicamos? Pues bien, durante los últimos 70 años, los países han pagado capital, nos han dado dinero. Pero nosotros no tomamos ese dinero simplemente para repartirlo. Una parte sí, desde 1962. En total, se han pagado USD 19 000 millones al Grupo Banco Mundial, incluidos el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento y la Corporación Financiera Internacional (IFC), nuestra institución miembro dedicada al fomento del sector privado.

Con esos USD 19 000 millones, hemos otorgado casi USD 1 billón —más de USD 900 000 millones— en préstamos y donaciones. Si se crea un banco y se le entrega capital, el banco usa ese capital y puede ir —nosotros, en todo caso, podemos ir— a los mercados de capital y movilizar financiamiento. Y nosotros hemos conseguido hacerlo por un total del orden de USD 900 000 millones.

Además, hemos logrado poner USD 28 000 millones directamente en una cuenta que reservamos para los países más pobres. Este fondo es la AIF, la Asociación Internacional de Fomento. La AIF otorga donaciones a los países más pobres. Estos pueden reembolsar el financiamiento en 40 años. Sí, es muy difícil obtener préstamos que se puedan reembolsar en 40 años, sin intereses, y nosotros los concedemos para ayudar a los países a crecer. Eso es lo que hemos estado haciendo.

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La primera vez que entré al Banco Mundial vi esta inscripción: “Nuestro sueño es un mundo sin pobreza”. Y entonces me pregunté: ¿por qué es un sueño? ¿Por qué no lo convertimos en una meta real y en un objetivo? Y así lo hicimos.

Al cabo de tres o cuatro meses de debates —así es como procedemos en el Banco Mundial: hay debate (debatimos sobre los datos, debatimos sobre política e ideologías, debatimos sobre muchos tipos de herramientas diferentes)—, llegamos a una conclusión: deseábamos poner fin a la pobreza extrema, la que afecta a las personas que subsisten con menos de USD 1,90 al día, antes del año 2030. Además, nos propusimos impulsar la prosperidad compartida, reducir la desigualdad. Y decidimos que debíamos recorrer tres caminos para alcanzar la meta.

En primer lugar, el Banco Mundial se ha centrado tradicionalmente en el crecimiento económico, pero, en este caso, estamos apuntando al crecimiento económico inclusivo y sostenible. Inclusivo, porque genera beneficios para todos, y sostenible, porque no destruye al planeta.

En segundo término, a raíz de las numerosas crisis que afectan al mundo cada día —pandemias, cambio climático, refugiados, fragilidad, conflicto, violencia—, deseábamos dedicarnos especialmente a fomentar la resiliencia al tipo de problemas mundiales que afectan a cada vez más personas.

Por último, el tercer pilar consistía en invertir más y de manera más eficaz en las personas. En síntesis, crecimiento económico inclusivo y sostenible; resiliencia a las diversas perturbaciones que se están registrando en el mundo actual, e invertir más y de manera más eficaz en las personas.

Hemos tenido que cambiar porque el mundo ha cambiado, y ese cambio ha sido muy drástico. 

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En la década de 1960, probablemente el 70 % de todos los flujos de capital, de todo el dinero que ingresaba a los países en desarrollo, provenía de la asistencia oficial para el desarrollo, de la cual somos parte. Así pues, en otras palabras, todo el dinero que ingresaba a los países en desarrollo provenía de organismos donantes, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), otros organismos similares, y grupos como el nuestro. Pero observen aquí cuánto ha disminuido.

Bien, ¿lo ven?

Incluso en 1990 —sí, en 1990—, el 50 % de todo el capital que ingresaba a los países en desarrollo era asistencia oficial para el desarrollo. Sin embargo, a partir de 1990 se redujo, y actualmente no llega al 10 %. Antes podíamos decirles a los países qué debían hacer y ellos nos escuchaban porque éramos un actor preponderante. Pero ahora, toda la asistencia oficial para el desarrollo asciende a tan solo el 9 %.

En ese contexto, por lo tanto, ¿qué podemos hacer? ¿Qué papel podemos desempeñar? ¿Cómo podemos ayudar a los miles y miles de millones de personas que nacen hoy en el mundo, o que son jóvenes y pronto buscarán trabajo? ¿Cómo las ayudamos a alcanzar sus objetivos?

La primera cuestión de la que les hablé: la resiliencia. Por ejemplo, esta es una mujer que vive en una comunidad de refugiados. ¡Hay tantas personas que viven actualmente en situaciones de fragilidad! Dos mil millones de habitantes del planeta viven en zonas frágiles y afectadas por conflictos. Y para 2030, el 46 %, casi la mitad de todas las personas que subsisten en la pobreza extrema, vivirá en Estados frágiles y afectados por conflictos. Estamos duplicando el trabajo que llevamos a cabo en esos Estados, y también somos conscientes de que cada año realizamos operaciones por valor de entre unos USD 60 000 millones y USD 65 000 millones. Pero también nos damos cuenta de que esa suma es insignificante: es una gota en un balde. No podemos solucionar ninguno de estos problemas (la crisis de refugiados, las pandemias, las hambrunas) solo con nuestro capital. Debemos encontrar la manera de movilizar a otros actores.

Por ejemplo, después de la tragedia del ébola nos preguntábamos con preocupación por qué habíamos esperando tanto para responder a la epidemia; en consecuencia, decidimos crear un instrumento de seguro. Y ahora, por primera vez en la historia, contamos con un instrumento de seguro que liberará fondos automáticamente cuando enfermedades como el ébola lleguen a una determinada etapa. Los fondos se habrían desembolsado muchísimo antes de lo que, en los hechos, el dinero llegó a Liberia, Sierra Leona y Guinea durante la crisis de ébola.

Lo que hicimos fue muy sencillo: en lugar de reservar una suma considerable de dinero o recurrir a los donantes para pedirles fondos, fuimos a los mercados de capitales y preguntamos si alguien estaba interesado en comprar un bono de capital en riesgo a tres años que, si bien implicaba que el inversionista perdería todo su dinero si se producía una epidemia, también devengaba una tasa de interés del 8 % anual.

Fueron tantas las personas que deseaban con ansias obtener un 8 % anual que la suscripción fue superior a lo previsto y ahora contamos con USD 450 millones en nuestras cuentas que están listos para ser desembolsados si se produce una pandemia. Aunque tuvimos que pagar intereses por esa suma, solo representan una fracción diminuta del monto total.           

Actualmente estamos aplicando el mismo principio para trabajar en la creación de un seguro para casos de hambruna. Ustedes saben que se producen hambrunas constantemente, y siempre respondemos en forma tardía. Entonces pensamos: ¿y si creamos un instrumento de seguro que nos permita responder de inmediato para contener las hambrunas en una etapa inicial y literalmente cortarlas antes de que se vuelvan cada vez más graves?           

Así pues, lo estamos haciendo y estamos tratando de movilizar todos los fondos posibles. En la actualidad, somos la principal institución de financiamiento para actividades relacionadas con el cambio climático en el mundo. Ponemos empeño en esta labor, pero, una vez más, el financiamiento que proporcionamos no es suficiente. Debemos movilizar a otros actores.           

Esto es realmente lo principal. El valor de la economía mundial es de USD 78 billones. Hay alrededor de USD 7 billones invertidos en bonos con tasas de interés negativas. En otras palabras, ustedes depositan su dinero en el banco, pero el banco no les paga intereses; por el contrario, ustedes le pagan todos los años para que les guarde el dinero.           

Si depositan USD 100, al final del año tendrán USD 98 o USD 99 en lugar de USD 100. Esto se debe a que la gente siente tanto temor al riesgo que está dispuesta a pagarle a un tercero para que le guarde su dinero, porque al menos eso es seguro.           

Hay otros USD 10 billones en bonos públicos de muy bajo rendimiento y otros USD 9 billones en efectivo. Literalmente, la gente guarda miles de euros en billetes en sus cajas fuertes.           

Nosotros consideramos que este es el tipo de recursos que necesitamos para poder darles una oportunidad a todos los habitantes del mundo. ¿Y por qué no? La rentabilidad que están obteniendo es muy baja y nosotros podemos ayudar a obtener un rendimiento más alto y, al mismo tiempo, brindar oportunidades para todos, en particular en el área de infraestructura.        

Esta es la bolsa de Guinea. Y no sé por qué les muestro la bolsa de Guinea: creo sencillamente que es una buena foto. La idea es que, en vez de considerar que somos un prestamista, que tenemos una intervención directa, nos consideremos facilitadores. Y la idea que ahora les estamos transmitiendo a todos es la posibilidad de maximizar el financiamiento para el desarrollo.          

¿Cómo movilizamos los billones de dólares que se encuentran inactivos en beneficio de los habitantes más pobres del mundo? Sabemos que el sector privado debe participar en el desarrollo mucho más que en el pasado, debido a que hay muchísimos ejemplos de situaciones favorables para todas las partes. Permítanme comentarles uno de ellos:           

Si alguna vez han estado en el Aeropuerto Internacional Reina Alia habrán observado que es maravilloso. El Gobierno de Jordania se contactó con el Banco Mundial y nos dijo: “Necesitamos reconstruir el aeropuerto y queremos un préstamo. Y, si ustedes nos otorgan un préstamo, si le otorgan un préstamo al Gobierno de Jordania, entonces nuestra gente se encargará de administrarlo”.           

Le respondimos que había una manera más adecuada para lograr ese fin. Y sin que el Gobierno recibiera un solo centavo en préstamo, sin que tuviera que pagar un solo centavo en concepto de intereses sobre préstamos, logramos que el sector privado financiara la obra totalmente.           

De todos modos, el Gobierno de Jordania aún posee el 54 % y, por lo tanto, recibe el 54 % de las utilidades. Y, sin haber puesto un centavo en este aeropuerto, ha recibido ingresos por valor de más de USD 1000 millones en el curso de los últimos nueve años. El Gobierno estaba a punto de tomar un rumbo muy diferente, pero el personal del Grupo Banco Mundial, que es extraordinario, le dijo: “¿por qué no intenta hacerlo de otra manera?”.           

Este es un excelente ejemplo de cómo podemos modificar la manera en que hacemos negocios y, además de reducir el endeudamiento de los países, lograr que estos obtengan un rendimiento. Es el tipo de inversión que muchos quieren hacer actualmente. Los millennials están por heredar USD 5 billones de sus padres, los baby boomers. Y todos los días escucho: “No queremos que este dinero quede inmovilizado. Queremos que genere un impacto en el mundo”.           

Hay un fenómeno que se denomina “inversión de impacto” y es muy importante. Lo que se está diciendo es que no se trata solo del riesgo y el rendimiento: cuál es el riesgo de la inversión, cuál es su rendimiento. Se trata del riesgo, el rendimiento y el impacto. Y si el impacto es elevado, la gente está dispuesta a asumir un riesgo mayor y obtener un rendimiento más bajo.        

Una excelente idea, pero es muy poco, en términos relativos. En la actualidad representa unos USD 200 000 millones al año, una cifra muy pequeña en comparación con las necesidades. La suma necesaria para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, los objetivos globales, como suelen llamarlos, asciende a unos USD 4 billones al año. Toda la asistencia oficial para el desarrollo representa alrededor de USD 140 000 millones y si se suma la inversión de impacto, se añaden otros USD 200 000 millones. El resultado todavía está muy lejos de los USD 4 billones que se necesitan para satisfacer la demanda de inversión de impacto.           

Aquí, por ejemplo, en lugar de decir “acepten una rentabilidad más baja” o “esta es una cuestión de caridad”, hemos creado un sistema que nos permite ofrecer ayuda a los países de África en todos los aspectos relacionados con una licitación de energía solar.           

Y así, una vez más, sin invertir dinero, solo ayudándolos en las cuestiones técnicas, tenemos un programa denominado Más Energía Solar. Y este programa ha permitido llegar a los 4,7 centavos por kilovatio/hora en Senegal. Así pues, Senegal pagaba entre 15 y 20 centavos el kilovatio/hora de electricidad, pero, después de la licitación de energía solar, gracias a que los ayudamos, ahora van a pagar solo 4,7 centavos. Es una gran victoria y vamos a repetir el programa en otros países.           

Una vez más, no invertimos dinero, solo ayudamos a estructurar la operación y, al hacerlo, logramos energía solar a un precio bajo.           

Sin embargo, la crisis que más me preocupa es la crisis de capital humano: 400 millones de personas carecen de acceso a servicios esenciales; 100 millones caen en la pobreza cada año debido a los catastróficos gastos en salud; solo un tercio de los pobres del mundo cuenta con la protección de redes de seguridad social.           

Todos ustedes cuentan con la protección de redes de seguridad social: un tercio de los pobres del mundo no la tienen. Lo más grave de este problema es, en mi opinión, el retraso en el crecimiento infantil.           

El retraso en el crecimiento se explica muy sencillamente: se da cuando el niño tiene una estatura dos desviaciones estándares por debajo de la altura correspondiente a su edad. Y sabemos que todos los niños del mundo pueden crecer 25 centímetros durante su primer año y 12 centímetros en el segundo año. Hay algunas variaciones, pero todos los niños del mundo, si reciben la alimentación adecuada, pueden registrar ese crecimiento.           

Las cifras son sorprendentes. El 38 % de los niños de Etiopía sufre retraso en el crecimiento y sabemos que los niños con retraso en el crecimiento aprenden menos y, definitivamente, tienen ingresos menores cuando crecen. En otras palabras, lo que sucede es que el cerebro de estos niños no se desarrolla plenamente.           

Este es un estudio que realizó un profesor de Harvard sobre Bangladesh. El niño de la izquierda sufre retraso en el crecimiento y el niño de la derecha es un niño sano, y las imágenes doradas son los tractos neuronales. En otras palabras, los niños con retraso en el crecimiento tienen menos conexiones neurales y, por lo tanto, sencillamente no tendrán el mismo desempeño. Los porcentajes son extraordinarios. 

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Todos los países de África al sur del Sahara tienen un promedio de entre el 30 % y el 35 %; India, 38 %; Indonesia, 37 %; Pakistán, 45 %.           

Esa proporción de niños probablemente no podrá competir en la economía del futuro, que seguramente exigirá más competencias digitales.           

En educación también tenemos graves problemas: 250 millones de niños no saben leer ni escribir. En India, las tres cuartas partes de los alumnos de tercer grado no pueden resolver una resta de dos dígitos, y en quinto grado la mitad de los alumnos aún no puede resolverla.           

En Brasil, las habilidades de los jóvenes de 15 años han mejorado, pero, al ritmo actual, estos recién alcanzarán los puntajes promedio en matemáticas de los países ricos dentro de 75 años y, en lectura, dentro de 263 años. Todavía hay 260 millones de niños que no están escolarizados.           

Y lo que es aún más grave es que, incluso en los países donde los niños asisten a la escuela, hemos constatado a través de un proyecto que estamos llevando a cabo... Hoy están presentes algunos graduados de la American University que trabajan en el Banco Mundial.           

¿Dónde están?           

¿Se dan cuenta? Hay un futuro.           

Y hemos realizado uno de los estudios más importantes sobre los resultados del aprendizaje. Se llama Base de Datos Armonizada sobre Resultados del Aprendizaje. Ahora sabemos cuánto aprendió una persona de cualquier país en los años en que fue a la escuela. Así pues, los que asistieron 12 años a la escuela en Yemen o Malawi solo obtuvieron alrededor de la mitad de los beneficios que los que asistieron a la escuela en Singapur. Singapur tiene un excelente sistema escolar. Y lo que averiguamos es que, si Singapur es el nivel estándar, lamentablemente en muchos países del mundo se pierden casi cinco años de educación.           

El sistema educativo no está funcionando. ¿Qué sucede, entonces, cuando ya desde el inicio el niño sufre retraso en el crecimiento y luego el sistema educativo no le proporciona lo que necesita para competir en la economía del futuro?

Yo he trabajado en el ámbito de la salud mundial y de la educación mundial durante la mayor parte de mi vida adulta. Y debo reconocer que siempre tuvimos muchísimo éxito cuando argumentamos que era necesario contar con más fondos para combatir el VIH, la tuberculosis y el paludismo, e incluso para mejorar la educación. Pero se ha generado una situación en la que muchos jefes de Estado y ministros de Finanzas se han vuelto un tanto complacientes y están esperando a que vengan las donaciones; es como si dijeran: “Bueno, si nos dan dinero para hacer eso, lo haremos. Si no, tenemos cosas más importantes en las que gastar nuestro dinero. Tenemos que gastar nuestro dinero en infraestructura física. Tenemos que gastar nuestro dinero en carreteras y electricidad”. Y todo eso es cierto, pero lo que también descubrimos es que el capital humano tal vez sea la inversión más importante que pueden hacer.

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Esto surge de un estudio sobre la riqueza de las naciones, titulado “La cambiante riqueza de las naciones”. Y por primera vez... ¿Y Quentin? ¿Dónde está Quentin?           

Quentin Wodon obtuvo su doctorado en Economía aquí mismo, en la American University, y fue el economista líder que consideró por primera vez al capital humano como parte de la riqueza de las naciones. El capital humano es la parte más oscura del gráfico. Ese es capital humano. Tenemos países de ingreso alto, países de ingreso mediano y países de ingreso bajo. Incluso en los países de ingreso bajo el capital humano representa una proporción significativa de la riqueza general de la nación. Es la primera vez que incluimos el capital humano.           

Sin embargo, si observan el capital humano y la riqueza per cápita, antes que nada, van a ver que los países de ingreso alto tienen mucha más riqueza per cápita que los de ingreso mediano o ingreso bajo.           

Pero si observan la proporción de capital humano, la parte más oscura, van a ver todo lo que les falta recorrer a los países de ingreso bajo y de ingreso mediano para ponerse a tono en lo que respecta a inversiones en capital humano.

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Por eso tomamos una decisión. Me preocupaba que tantos países se limitaran a esperar a que llegasen las donaciones. No había ninguna urgencia en invertir en las personas, en su salud y su educación. Por eso vamos a elaborar una clasificación.

Ahora bien, las clasificaciones son muy controvertidas, pero si algo sabemos de ellas es que logran captar la atención de la gente. Por eso vamos a clasificar a los países, los países miembros del Grupo Banco Mundial, y vamos a tener en cuenta la supervivencia y los años de escolarización ajustados en función de la calidad. Es decir, no es solo el número de años que la persona fue a la escuela. Vamos a usar la base de datos que estamos elaborando en el Banco y solo vamos a computar los años de escuela en los que la persona realmente aprendió.           

Si se tienen en cuenta los dos indicadores de salud —la supervivencia de los adultos y el retraso en el crecimiento durante la infancia—, se puede realmente incluir en la ecuación el impacto de la salud a la hora de determinar el lugar que se ocupa en términos de capital humano general.           

Entonces, vamos a hacer una clasificación, vamos a generar un número que indique la productividad. Puedo seguir hablando del tema más tarde si les interesan los detalles. Vamos a anunciar esto, vamos a publicar esta clasificación en octubre, en nuestras Reuniones Anuales, y va a ser sumamente controvertido.

Muchos líderes se van a enojar conmigo, sobre todo los de aquellos países que se ubiquen por debajo de otros países a los que siempre se sintieron superiores.           

Sin embargo, lo que sabemos a partir de la clasificación de Doing Business es que, a menos que se elabore una clasificación, es muy difícil captar la atención de la gente. Hemos hecho una gran cantidad de estudios en los que mostramos que es importante invertir en salud y educación, pero esos estudios no han generado el tipo de respuesta que necesitamos.           

Ahora bien, ¿se puede hacer algo? Por supuesto.           

Esto corresponde a Perú. Llegamos a la conclusión de que... Yo trabajé muchos años en Perú, y durante años y años tratamos de reducir el retraso en el crecimiento durante la infancia, pero no lo logramos. Finalmente, en el año 2007, más o menos, el Banco Mundial tomó dinero que no estaba usando en ninguna otra parte, lo destinó a un proyecto nacional para reducir el retraso en el crecimiento y en siete años se logró reducirlo a la mitad.           

Eso nos dejó muchas enseñanzas, y queremos que todos nuestros clientes entiendan que con esta clasificación no los estamos condenando. Estamos tratando de que presten atención y después vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarlos a escalar posiciones en la clasificación, porque, de hecho, si no lo hacen, es posible que las personas que viven en esos países no puedan competir en la economía del futuro.           

Ahora bien, antes de concluir... ¡uy! Bien, tenemos más tiempo después. Quisiera hablar sobre... En el contexto de la historia, la historia del desarrollo sobre la que les hablé, realmente siento, especialmente con toda la controversia que existe hoy en día, que debemos encontrar una nueva forma de interactuar unos con otros como seres humanos.           

Cuando digo que hace 200 años casi todo el mundo era pobre... Hace 50 años, cuando yo era joven... Hace 54 años, cuando todavía vivía en Corea, se pensaba que los países como Corea, los países más pobres del mundo, siempre serían pobres, de ahí la frase “la pobreza siempre te acompañará”.           

Había una gran cantidad de literatura sobre cómo los países ricos y las organizaciones como el Banco Mundial debían abordar su misión en lo que respecta a las personas pobres. Había una gran cantidad de literatura sobre el tema.           

Cuando era estudiante de posgrado de antropología y leía esas reseñas históricas sobre mi país, Corea, sencillamente no sabía de qué estaban hablando.           

Y durante mis estudios de posgrado también leí un libro que fue uno de los que más influyó en mí. Era un libro que se llamaba Orientalismo, de Edward Said.           

¿Alguien lo conoce? Seguro.           

Y tengo que decir algo: en todos los lugares a los que voy en Oriente Medio, e incluso en Asia, la gente ha leído este libro.           

Edward Said sostenía que, cuando leemos escritos sobre Oriente —para él significaba Oriente Medio, Persia y los países de Oriente Medio, pero también se extiende a Japón y Asia oriental—, cuando leemos escritos sobre esos países, no estamos leyendo sobre ellos. Estamos leyendo sobre los autores, porque los autores utilizan sus escritos sobre esos países para otros fines distintos de la mera descripción.           

Escribió lo siguiente: “Hay una diferencia entre, por un lado, el conocimiento de otros pueblos y otras épocas que resulta de la comprensión, la compasión, el estudio minucioso y el análisis desinteresados, y, por el otro, el conocimiento —si no hay más remedio que llamarlo así— que forma parte de una gran campaña de autoafirmación, beligerancia e incluso guerra abierta”.          

Permítanme decirles —siento que vuelvo a ser profesor— que la misión antropológica de hacer etnografía, de tratar de entender realmente cómo es el mundo desde la perspectiva del otro, es tan importante como todas las cosas técnicas de las que les hablé. Este es un cambio fundamental que debe producirse.           

Todo se reduce a lo siguiente: estos niños quieren tener la oportunidad de ser lo que elijan ser. Yo pienso en... Ese soy yo en 1963, cuando vivía en Corea. Así es como estaba Corea en 1963: uno de los países más pobres del mundo, con un producto interno bruto per cápita más bajo que el de Ghana, que el de Somalia, que el de Kenya.           

El Banco Mundial dijo lo siguiente: “Corea es tan pobre, están tan atrasados que no les vamos a dar un préstamo porque nunca podrían pagarlo”. Estaban equivocados, por supuesto, pero es lo que dijeron.           

El año pasado, en Tanzanía, estaba en un aula y les pregunté a los niños, como hago siempre, qué querían ser cuando fueran grandes. Dos de ellos levantaron la mano y dijeron: “Quiero ser presidente del Banco Mundial”.

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Al igual que ustedes, la gente de mi equipo y los maestros se rieron. Pero yo los paré y dije: “En 1963, si el entonces presidente del Banco Mundial, George David Woods, hubiera visitado Corea” —y era posible que visitara Corea para ver si era elegible para recibir préstamos—, “y hubiera visitado la escuela donde recibí mi educación preescolar, dudo que se le hubiera ocurrido pensar que uno de sus sucesores estaba sentado en esa aula”.           

Entonces, ¿podemos hacer esto? ¿Realmente podemos generar igualdad de oportunidades para todos? Yo diría que si no lo hacemos vamos a tener graves problemas. Hace 55 años, el entonces presidente John F. Kennedy vino a la American University en junio para dar un discurso de graduación y dijo lo siguiente:           

“Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos. La razón y el espíritu del hombre con frecuencia han resuelto lo aparentemente imposible de resolver, y creemos que pueden hacerlo nuevamente”.           

Hablaba del tratado de prohibición de los ensayos de armas nucleares, pero creo que la tarea que tenemos hoy en día es incluso mayor. ¿Podemos dar a todos, a cada niño del planeta, la misma oportunidad de ser lo que quieran ser? Sin ir más lejos, yo la tuve.

Realmente creo que todos los niños la merecen. Y, a menos que usemos las herramientas de financiamiento, no tendremos éxito. Pero el problema va a recaer en ustedes, porque las ambiciones frustradas de un joven de África y de Oriente Medio no les resultarán ajenas. Eso lo sabemos. El mundo está tan interconectado que ustedes van a tener que pensar en las perspectivas de esos jóvenes y en las suyas propias.

Muchas gracias.

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