Presidente Pruaitch, señora Lagarde, gobernadores, mis amigos Jim y Elaine Wolfensohn, señora McNamara, asociados y amigos:
Es un placer verlos nuevamente.
En primer lugar, deseo felicitar a los ganadores del Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi. Apenas un año atrás, Malala y yo compartimos un estrado en el Banco Mundial. Ella es una fuente de inspiración para todos nosotros y nos brinda esperanzas para la nueva generación, especialmente la nueva generación de niñas.
Cuando nos reunimos hace un año, hablé extensamente sobre los planes del Grupo Banco Mundial para llevar adelante su reorganización más significativa en casi 20 años. Nuestra meta era asegurar que estuviéramos en condiciones de alcanzar nuestros dos objetivos: poner fin a la pobreza extrema a más tardar en 2030 e impulsar la prosperidad compartida para el 40 % más pobre de la población de los países en desarrollo.
Este último año, nuestra reorganización ha sido un emprendimiento monumental. El Grupo Banco Mundial tiene más de 16 000 empleados, y alrededor de 7000 de ellos han sido transferidos o reasignados a nuevos puestos. Tenemos oficinas en más de 100 países, y el año pasado otorgamos préstamos y realizamos inversiones por un total de más de US$60 000 millones. La reorganización se inició con un propósito claro: teníamos que ser la mejor institución del mundo en recopilar y compartir los conocimientos sobre el desarrollo para beneficio de todos nuestros clientes.
A partir de julio, creamos 19 comunidades diferentes de expertos, esto es, grupos de algunos de los mejores profesionales del desarrollo a nivel mundial en áreas como agua, finanzas, educación y cambio climático, entre otras. Su trabajo consiste en buscar las mejores soluciones a los problemas más difíciles del desarrollo, y en compartir esas soluciones con nuestros clientes de una manera que contribuya a continuar nuestra misión de poner fin a la pobreza e impulsar la prosperidad compartida.
Al mismo tiempo, sabíamos que necesitábamos incrementar considerablemente nuestra capacidad para suministrar financiamiento, productos de gestión de riesgo y otros servicios financieros a los países de ingreso mediano. Gracias al trabajo creativo e intenso de nuestro grupo de finanzas, encabezado de manera sobresaliente por Bertrand Badré, hemos incrementado de US$15 000 millones a más de US$25 000 millones nuestra capacidad anual de financiamiento a esas economías emergentes. Esta flexibilidad nos ayudará a dirigir más recursos a las áreas que más los necesitan, esto es, África al sur del Sahara y Asia meridional, donde vive la mayoría de las personas más pobres del mundo.
El crecimiento económico es la herramienta más poderosa de que disponemos para poner fin a la pobreza, pero sin infraestructura —electricidad, agua y caminos— el crecimiento nunca cobrará impulso. Como explicaré, el déficit mundial de esos pilares del crecimiento es considerable. Pensemos en el hecho de que, en un año, África al sur del Sahara genera la misma cantidad de electricidad que España. Para poder poner fin a la pobreza, debemos dotar de energía eléctrica a África.
El financiamiento del Grupo Banco Mundial para infraestructura llegó a los US$24 000 millones en el ejercicio de 2014, cifra que representó casi el 40 % del total de nuestros compromisos. Pero nuestros préstamos y proyectos serán muy insuficientes para atender las necesidades del mundo en desarrollo. El déficit de infraestructura es simplemente enorme: según las estimaciones, cada año se necesitan entre US$ 1 billón y US$1,5 billones más. Para superar este déficit, debemos aprovechar los billones de dólares que mantienen los inversionistas institucionales, recursos que en su mayoría se encuentran sin utilizar, y destinar esos activos a proyectos que serán de gran beneficio para diversos países en desarrollo.
Actualmente, el mundo en desarrollo gasta alrededor de US$1 billón en infraestructura, y el sector privado participa en un porcentaje muy pequeño de esos proyectos. En total, las inversiones privadas y las alianzas público-privadas en los países en desarrollo descendieron de US$186 000 en 2012 a US$150 000 millones en 2013. Por lo tanto, se requerirá el compromiso de todos nosotros para ayudar a los países de ingreso bajo e ingreso mediano a superar el enorme déficit de infraestructura.
Ayer anunciamos la creación del Mecanismo Mundial de Financiamiento de la Infraestructura, cuyo objetivo es atraer financiamiento para satisfacer las necesidades de infraestructura de esos Estados. Esta plataforma, conocida como “el GIF”, reunirá a inversionistas institucionales, bancos de desarrollo y autoridades públicas para abordar el déficit de infraestructura de maneras nuevas y creativas. Juntos, crearán una sólida cartera de proyectos de infraestructura para los mercados emergentes y los países pobres.
Si bien la creación de infraestructura nos ayudará a promover el crecimiento en el largo plazo, el objetivo de poner fin a la pobreza a más tardar en 2030 también exige que nos mantengamos atentos a las amenazas al crecimiento de la economía mundial. En un mundo en que los desastres naturales, los conflictos, las crisis financieras y las epidemias se vuelven más frecuentes y destructivos, nosotros, en el Grupo Banco Mundial, debemos hacer todo lo posible para ser aún más relevantes. De hecho, en el último tiempo hemos participado plenamente en la lucha contra dos de estas amenazas mundiales: la epidemia de ébola y el cambio climático. Esto no es obra de la casualidad. Es un ejemplo de lo que queremos llegar a ser: un asociado indispensable tanto para los países de ingreso bajo como para los de ingreso mediano en sus esfuerzos por resolver sus problemas más difíciles.
El ébola y el cambio climático tienen algunos aspectos en común. El más importante es que se nos está acabando el tiempo para encontrar soluciones a ambos. Además, hasta hace muy poco tiempo, no había planes para combatirlos, o estos eran inadecuados. Y la falta de acción está causando la muerte de personas: en el primer caso, debido a la rápida propagación de un virus letal, y en el segundo, debido al envenenamiento de la atmósfera y de los océanos. Por último, y tal vez lo más importante desde nuestro punto de vista, la solución de estos problemas es esencial para el desarrollo, ya sea desde la perspectiva del sufrimiento humano, el crecimiento económico o la salud pública.
En nuestra labor relativa al ébola y al cambio climático, no solo hemos intervenido plenamente en cuestiones mundiales apremiantes, sino que también hemos estado trabajando de manera diferente y más eficaz, al menos en parte, dado que, gracias a nuestra reorganización y al énfasis que ponemos en la innovación, estamos en mejores condiciones de cumplir los objetivos señalados.
Con respecto al ébola, la respuesta mundial ha sido tardía, inadecuada y lenta. Recientemente, la comunidad internacional ha hecho grandes avances en su respuesta, encabezada por los Estados Unidos y el Reino Unido, y por instituciones internacionales como las Naciones Unidas y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin embargo, todavía podemos hacer mucho más. Hace casi un año, apenas algunas semanas después de que el tifón Haiyan provocó gran destrucción y pérdida de vidas en Filipinas, se habían desplegado 150 equipos médicos de respuesta, cada uno integrado por 25 a 30 personas, en las zonas más afectadas del archipiélago. Pero en Guinea, Liberia y Sierra Leona, los tres países de África occidental más afectados por el brote de ébola, hay apenas 30 equipos médicos de respuesta en el terreno para tratar y atender a los pacientes, cuando ya han transcurrido 11 meses desde el inicio de esta crisis. Se ha prometido enviar a más trabajadores de la salud, pero estos están llegando con demasiada lentitud.
El brote de ébola plantea uno de los desafíos más complejos y difíciles que he visto en toda mi carrera de médico experto en enfermedades infecciosas. Debido a la pobreza que existe en los tres países más afectados, el brote sobrepasa la capacidad de los recursos sanitarios, presupuestarios y de emergencia de que disponen. Ante esta situación, debemos tener cuidado de no adoptar planteamientos basados en aspiraciones para estos países y para los pobres que sean demasiado modestas para el tratamiento y la contención de la epidemia.
Por lo general, el Grupo Banco Mundial ha trabajado en proyectos de desarrollo de mediano a largo plazo, ayudando a los clientes a crear los sistemas necesarios para promover el crecimiento económico, crear empleo, educar a los niños y niñas, y mejorar la salud. Para combatir el ébola, tuvimos que imprimir un sentido de urgencia y actuar rápidamente.
Analizamos la situación a nivel de todo el Banco y la institución echó mano de todos sus recursos para combatir el virus. Hemos enviado capital, compartido conocimientos, ayudado a formular estrategias de respuesta y analizado el posible impacto económico.
En los tres países africanos, durante meses nuestros equipos han trabajado en estrecha colaboración con los Gobiernos para identificar medidas prioritarias, asegurar el desembolso de los fondos y brindar asistencia en la organización de importantes envíos de suministros. Desde la ciudad de Washington, numerosos miembros del personal de nuestra región de África, de las prácticas mundiales de salud, población y nutrición, de las direcciones de financiamiento para el desarrollo y economía del desarrollo, y de la Corporación Financiera Internacional (IFC) se unieron para colaborar como parte de un solo equipo. Se han ocupado de la celebración de contratos con los países para que estos puedan aceptar rápidamente nuestras donaciones, de preparar análisis del impacto económico y de formular planes de largo plazo para restablecer los sistemas de salud de los países una vez superada la crisis. Para asegurar una coordinación sin tropiezos, personal de mi propia oficina ha trabajado desde la sede de la oficina de respuesta al ébola de las Naciones Unidas.
En estos esfuerzos, es mucho lo que está en juego en materia de vidas humanas y crecimiento económico, y cada día que tardamos en intensificar nuestra respuesta es aún más lo que se arriesga. Por ello, en los últimos dos meses he dedicado mucho tiempo a colaborar con colegas del Banco para frenar el virus. He estado en contacto frecuente con los presidentes Condé, Johnson Sirleaf, y Koroma para saber de qué manera el Banco puede brindarles ayuda en la primera línea de batalla. También me he puesto en contacto con líderes de toda África y de las naciones donantes para transmitir el mensaje más importante: debemos hacer todo lo posible para detener el ébola, y debemos actuar ya, porque toda demora aumenta exponencialmente el costo humano y económico de frenar la epidemia.
De modo que, una vez que nos embarcamos en el tema, actuamos con creatividad, rapidez y objetivos claros. Innovamos al utilizar el Servicio de Respuesta ante las Crisis de la Asociación Internacional de Fomento como fuente de financiamiento, algo que no se había hecho nunca en estas circunstancias. Nuestros equipos tardaron nueve días en concluir múltiples y arduas negociaciones con funcionarios de los países con el fin de desembolsar US$105 millones en fondos de emergencia, un plazo inédito en nuestra institución. Nuestros economistas trabajaron sin descanso para aplicar modelos complejos que, en solo unas pocas semanas, permitieron elaborar evaluaciones del impacto de la epidemia de ébola en los tres países y en la región. El resultado de esas evaluaciones es sombrío. El impacto económico del ébola en África occidental podría llegar a los US$32 600 millones en los próximos dos años. Quisiera agradecer la sólida orientación proporcionada en este tema por Sri Mulyani Indrawati, Makhtar Diop, Joachim von Amsberg y, especialmente, Timothy Evans.
Incluso mientras nos enfocamos intensamente en la respuesta ante la emergencia, debemos también planificar y prepararnos para la próxima epidemia, que podría extenderse mucho más rápidamente, cobrar aún más vidas humanas y llegar a devastar la economía mundial. El mundo cuenta con el FMI para trabajar con los bancos centrales y los ministerios y coordinar la respuesta ante las crisis financieras. Sin embargo, cuando se trata de emergencias sanitarias, carecemos de herramientas institucionales. No existe ningún centro similar de conocimientos y habilidades que se ocupe de la respuesta y la coordinación.
Por ello, en las últimas semanas, nuestros equipos de finanzas han propuesto diversas soluciones para el aspecto financiero de este problema, entre las que figura un nuevo mecanismo de emergencia para casos de pandemia, que permitiría desembolsar fondos de manera inmediata en los países frente a un brote epidémico. Con este instrumento se diseñaría una respuesta prearmada estableciendo acuerdos de financiamiento contingente con los donantes y mecanismos de entrega para los posibles receptores. De este modo, en caso de que se declarara una emergencia sanitaria mundial, se podría acceder con facilidad al apoyo financiero y hacerlo llegar rápidamente a donde se necesitara para respaldar una respuesta inmediata. Con el apoyo de nuestros accionistas, quisiéramos desarrollar esta propuesta con nuestros asociados en la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el FMI y los bancos regionales de desarrollo. Sea cual fuere la forma que finalmente adopte este instrumento, tener un recurso de este tipo nos obligaría a elaborar planes concretos para abordar el próximo brote epidémico, y podría incluso constituir una señal anticipada de mercado para los productores de vacunas y medicamentos.
Las acciones que hemos encarado hasta la fecha en relación con el ébola han estado fuertemente guiadas por el énfasis que hemos puesto en el cambio climático durante los últimos dos años. Poco después de comenzar a trabajar en el Banco Mundial, le hice a mi equipo una pregunta sencilla: ¿cuál es el plan para combatir el cambio climático? Las respuestas que recibí de nuestros funcionarios e incluso de personalidades destacadas en la comunidad del cambio climático fueron en su mayoría tácticas: nuevas tecnologías por un lado, eficiencias por el otro. Si bien estas medidas eran importantes, no estaban a la altura del desafío que supone mantener el aumento de la temperatura mundial por debajo de los 2 grados centígrados. Así que, trabajando con otras personas, desarrollamos una estrategia propia con la que esperábamos poder avanzar decididamente hacia este objetivo.
Nuestro plan constaba de cinco partes: fijar un precio para el carbono, eliminar los subsidios a los combustibles fósiles, construir ciudades más ecológicas, incrementar las prácticas agrícolas inteligentes con respecto al clima e invertir en fuentes de energía renovables. Para lograr algo incluso en una sola de estas áreas prioritarias, se necesitaba una intensa dedicación. Antes de la reciente Cumbre de la ONU sobre el Clima, volví a hacerle a mi equipo algunas preguntas: ¿cuál es la cantidad más pequeña de las medidas más importantes que podemos encarar para la Cumbre, y cuáles son? No quería que se centraran en todo lo que debemos hacer, sino solo en unas pocas acciones fundamentales que quizá podríamos impulsar.
Me dijeron que la medida más importante que se debía implementar de inmediato era fijar el precio del carbono. Con este paso solo, no lograríamos nuestro objetivo de evitar que el calentamiento de la Tierra exceda de los 2 grados centígrados; sin embargo, sin él, se tardaría mucho más en limitar las emisiones mundiales. Así que decidimos montar una campaña: establecimos como meta lograr que 50 países y cientos de empresas e inversionistas aceptaran fijar un precio para el carbono y luego presentar el acuerdo a los jefes de Estado durante la Cumbre de la ONU.
El equipo que trabaja en el área del clima, dirigido por Rachel Kyte e integrado por personal del Banco y de IFC, armó un plan de campaña detallado. Primero se comunicaron con casi todas las oficinas del Banco Mundial en los países a fin de sumar apoyo para lograr un acuerdo sobre el precio del carbono con Gobiernos y empresas. Nos pusimos también en contacto con la oficina del secretario general de las Naciones Unidas y trabajamos en estrecha colaboración con el vicesecretario general y con los enviados especiales de la ONU sobre el cambio climático en este esfuerzo. Junto con diversos grupos del sector privado, conformamos una coalición extraordinaria.
Al inicio de la campaña, contábamos con 22 países que respaldarían este objetivo. Con cabildeos, el número siguió aumentando. Menos de una semana antes que se cumpliera el plazo límite, China, el país que genera más emisiones de dióxido de carbono de todo el mundo, acordó respaldar la fijación de un precio para el carbono. Se convirtió en el 54.o país que ratificaba la declaración. En los cuatro días anteriores a la Cumbre, se sumaron 20 países más. Al momento del anuncio, 74 Gobiernos y más de 1000 empresas e inversionistas habían acordado fijar un precio para el carbono. En conjunto, estos países representan hasta el 54 % de las emisiones de carbono de todo el mundo, el 52 % del producto interno bruto mundial y casi el 50 % de la población mundial.
Hoy mismo, me encontraré con ministros, con directores ejecutivos y con los integrantes del equipo del Banco Mundial dedicado al clima para transformar esta promesa en acción.
En toda nuestra labor en infraestructura, ébola y cambio climático, los diversos equipos de la institución trabajaron coordinadamente y exhibieron un notable compromiso con la innovación. Estoy muy orgulloso de ellos. Sus esfuerzos mostraron creatividad, conocimientos, habilidades, intensidad, pasión y altruismo. El modo en que intercambiaron ideas y mejores prácticas refleja precisamente la cultura que queremos crear en el Grupo Banco Mundial. Estoy seguro de que los frutos de su trabajo salvarán vidas, promoverán el crecimiento económico, reducirán la pobreza y protegerán el planeta para las generaciones futuras.
Cuando pienso en los logros que han alcanzado nuestros equipos en estos tres temas de importancia mundial, y cuando pienso en mis talentosos colegas, veo el futuro del Grupo Banco Mundial. Trabajando en conjunto con el sector público y el privado, tratamos de resolver algunos de los problemas más complejos que enfrenta el mundo hoy en día, y procuramos hacerlo de un modo que refleje lo que podemos llegar a ser cuando damos lo mejor de nosotros: un Grupo Banco Mundial que actúa al unísono como equipo.
Debemos mantener este compromiso, porque la creciente fragilidad y volatilidad mundial nos presentarán desafíos cada vez más difíciles. En el camino que transitamos para poner fin a la pobreza extrema, podremos toparnos con conflictos, huracanes, inundaciones, sequías, crisis financieras y epidemias que nos retrasarán. Pero no nos detendrán. El Banco actuará con decisión y creatividad, y aplicará soluciones de gran escala para ayudar a los Estados a gestionar estos riesgos, prepararse para ellos, recuperarse y superarlos, de modo que puedan crecer y prosperar.
En definitiva, enfrentaremos juntos estos desafíos.
Pondremos fin a la pobreza a más tardar en 2030.
Nos aseguraremos de que la prosperidad sea compartida por las naciones y todas las personas.
Y protegeremos el planeta para las generaciones futuras.
Muchas gracias.