Discursos y transcripciones

Discurso Pronunciado Por El Presidente Del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim: Una señal desde París: Transformar la economía para conseguir un nivel cero neto de emisiones

Diciembre 08, 2014


World Bank Group President Jim Yong Kim Washington, DC, Estados Unidos

Texto preparado para la intervención

Mis saludos a todos los presentes.

En primer lugar deseo agradecer al Consejo de Relaciones Exteriores, gentil anfitrión de esta reunión, y a usted, Mark, por su amable presentación. The Nature Conservancy ha sido un importante protagonista en la esfera del cambio climático y la preservación del medio ambiente en todas partes del mundo, y ustedes lo han sido aún más a través de su orientación innovadora. Asimismo, dada su prolongada actuación en el ámbito financiero, conocen a fondo uno de los temas de mi charla de hoy: el hecho de que la política económica es la clave para movilizar una respuesta mundial coordinada al cambio climático.

No podré viajar a Perú para asistir a la vigésima Conferencia de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que tendrá lugar esta semana. No obstante, estaré muy atento cuando los delegados sienten las bases para el acuerdo que habrá de alcanzarse en París dentro de un año, del que cabe esperar una trasformación de nuestro estilo de vida en el curso de varias generaciones. En este momento clave me complace regresar al Consejo de Relaciones Exteriores para dar a conocer la visión del Grupo Banco Mundial sobre el contenido de un acuerdo de París.

El Grupo Banco Mundial se ocupa del cambio climático porque este constituye una amenaza fundamental al desarrollo en el término de nuestra vida. Sabemos que, si no hacemos frente a ese fenómeno, no cabe esperar el fin de la pobreza ni el aumento de la prosperidad compartida. Asimismo, cuanto más tardemos en hacer frente al cambio climático, tanto mayor será el costo de adopción de las medidas apropiadas para nuestro planeta y para nuestros hijos. La serie de informes Bajemos la temperatura de nuestra institución, y la labor que esta lleva a cabo en relación con un crecimiento verde y con los nexos entre desarrollo y clima, dejan en claro los riesgos que amenazan al progreso logrado en las últimas décadas en la senda que conduce al fin de la pobreza.

Esos puntos fueron señalados enfáticamente el mes pasado a través de la publicación del quinto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, consenso sin precedentes en que se concluye que, para estabilizar en 2 ºC el calentamiento, en observancia del acuerdo alcanzado por la comunidad internacional en 2009, debemos alcanzar antes de 2100 un nivel cero neto de emisiones de gases de efecto invernadero.

LA IMPORTANCIA DE LA CUMBRE DE PARÍS

Dentro de un año, la comunidad internacional tendrá la oportunidad de enviar una señal clara de que, en su condición de comunidad mundial, está decidida a gestionar nuestras economías para conseguir un nivel cero neto de emisiones antes del año 2100. Cada país se encuentra en una etapa distinta de la senda del desarrollo. Por consiguiente, también son variables la velocidad y el ritmo de la reducción de sus emisiones y de las inversiones en adaptación. En cualquier caso, en París tendremos la oportunidad de dejar clara nuestra ambición colectiva. Esa aspiración puede traducirse en una demanda a largo plazo de crecimiento limpio y de un mayor compromiso con la adaptación. Cuanto mayor sea nuestra ambición, mayor será también la demanda de programas y proyectos que transformen las economías. Unas aspiraciones más elevadas transmitirán asimismo un mensaje firme a los inversionistas
—públicos y privados, nacionales y extranjeros— sobre la demanda y la rentabilidad de las inversiones a largo plazo en sistemas limpios de energía y transporte, en agricultura y silvicultura sostenibles y en nuevos productos con un uso eficiente de los recursos.

París habrá de ser el lugar en el que invoquemos una gestión efectiva de las economías locales, nacionales y globales para combatir el cambio climático. Muchos observadores esperan que en París se llegue a un acuerdo que abarque varios componentes esenciales, cada uno de los cuales debe reflejar una ambición de igual magnitud que el desafío que tenemos ante nosotros para enviar una potente señal a los actores económicos de todo el mundo. Para lograrlo, los acuerdos que se alcancen en la vigésima primera Conferencia de las Partes deben incluir:

  1. Textos vinculantes que fortalezcan nuestra ambición colectiva y brinden una senda clara para la consecución del objetivo de un nivel cero neto de emisiones antes de 2100.
  2. Contribuciones individuales de los países, con conjuntos de políticas que deberían abordar en forma exhaustiva la manera de usar todas las palancas de política fiscal y macroeconómica disponibles para establecer los precios adecuados, aumentar la eficiencia e incentivar el proceso de eliminación del carbono, así como atender el tema de la capacidad de adaptación.
  3. Un conjunto de medidas financieras que reconozca la necesidad de utilizar financiamiento público para el desarrollo y financiamiento para el clima como catalizadores de un financiamiento innovador para mecanismos de adaptación y mitigación. Los flujos financieros no pueden alcanzar los niveles que necesitamos en el marco cronológico necesario sin alguna modalidad de mercado de carbono en red basado en los mecanismos de mercado, tributos y entornos propicios que están comenzando a introducirse en todo el mundo.
  4. Y, finalmente, coaliciones de trabajo de empresas privadas, países, ciudades y organizaciones de la sociedad civil que avancen hacia los ámbitos en que sus intereses sean mutuamente compatibles.

A diferencia de los tratados del pasado, el acuerdo de París deberá pronunciarse tan categóricamente sobre la transformación económica como lo hace en materia de objetivos de contaminación o emisiones de carbono.

gestión Eficaz de LA ECONOMÍA

Por lo expuesto, quisiera decir unas pocas palabras sobre el significado de una gestión eficaz de la economía en relación con el cambio climático y sobre lo que esperamos ver en las CNDD —las “contribuciones nacionalmente determinadas deseadas”— que se estipulen en los compromisos que asumirá cada país en París y ulteriormente.

Comprendemos que muchos de nuestros clientes siguen enfrentando enormes desafíos para el desarrollo y que muchos países alcanzarán sus propias emisiones máximas en diferentes momentos. Realizar una gestión de sus economías que les permita, por ejemplo, reducir las emisiones de carbono en sus sectores de la energía a lo largo del tiempo y, al mismo tiempo, disponer de la energía que necesitan para el desarrollo constituye un desafío que ningún país desarrollado tuvo que enfrentar en su proceso de industrialización. No obstante, todos los países, cualquiera sea su nivel de desarrollo, pueden esforzarse por realizar una gestión eficaz de su economía y reducir sus emisiones de carbono, y a la vez poner fin a la pobreza y acrecentar una prosperidad compartida. Esto significa, como mínimo, emitir claras señales de políticas que identifiquen claramente las metas a largo plazo, los mecanismos de fijación de precios del carbono, precios adecuados de la energía vinculados con estándares de eficiencia, y la eliminación de subsidios nocivos, incluidos los otorgados a los combustibles fósiles.

Todos los países deberían comprometerse a establecer un precio del carbono, lo que constituye un paso necesario, aunque no suficiente, en la vía que conduce a un nivel cero neto de emisiones. Los precios del carbono eficaces pueden descubrirse a través de los tributos, mecanismos de mercado o el régimen regulatorio. Sea cual fuere la opción que adopte un país, una región o una ciudad, la fijación de cierto precio del carbono aumenta el costo de una contaminación que nos resulta indeseable e incentiva la eficiencia y una producción limpia.

La fijación del precio del carbono puede aumentar el ingreso fiscal, y esos recursos adicionales pueden usarse para aumentar los beneficios económicos y sociales. Podemos lograrlo, por ejemplo, pasando de un sistema de “gravámenes sobre bienes” a un sistema de “gravámenes sobre males”, utilizando el ingreso tributario para reducir los tributos sobre el trabajo y la inversión y alentar la creación de empleo y el desarrollo económico, o respaldando la innovación y el desarrollo de tecnologías verdes a través de subsidios a la innovación y al desarrollo.

El ejemplo de Columbia Británica es uno de los más elocuentes. El mecanismo de precios del carbono que allí se aplica es neutro en relación con el contribuyente, en el sentido de que no representa un aumento de los tributos. El Gobierno prometió a las familias que la tasa global de los impuestos que recaen sobre ellas no se vería afectada. La introducción del impuesto sobre el carbono trajo consigo la reducción de los impuestos sobre el trabajo. El impuesto sobre el carbono, introducido en el momento más álgido de la crisis financiera, pasó de 10 dólares canadienses por tonelada en 2008 a 30 dólares canadienses por tonelada en la actualidad. En ese período, dicho impuesto ha dado lugar a la disminución de las emisiones y ha proporcionado a los contribuyentes un beneficio neto de 300 millones de dólares canadienses en forma de reducción de impuestos personales e impuestos sobre las empresas. Vale la pena señalar que el producto interno bruto (PIB) de Columbia Británica ha superado al del resto de Canadá tras la introducción del impuesto.

La fijación del precio del carbono no es, sin embargo, suficiente. Es preciso movilizar paralelamente otros instrumentos para reorientar inversiones hacia tecnologías y sectores limpios.

Introducir mecanismos que impulsen la eficiencia energética es una estrategia obvia de resultados necesariamente favorables que puede generar economías para los consumidores y mejorar la calidad del aire y reducir las emisiones. Fortaleciendo las normas de desempeño se pueden promover artefactos, edificios, sistemas de transporte y actividades industriales más eficientes. Esas medidas de eficiencia energética pueden ofrecer la posibilidad de reducir en 1,5 gigatoneladas las emisiones de gases de efecto invernadero a más tardar en 2020.

Hacen falta, además, programas específicos para aumentar la escala de las energías renovables y desarrollar tecnologías de captación y retención de carbono a un ritmo que nos permita lograr la neutralidad del carbono en el presente siglo. También será preciso invertir en infraestructura. Las redes de electricidad existentes en muchos países pueden alcanzar tasas de eficiencia mucho más altas —lo que constituye una enorme oportunidad, por ejemplo, en India— y permitir la conexión a la red de sistemas de energía renovable. En este mismo año, tras la adopción de la reforma regulatoria y del plan de desarrollo de la red adecuados, el brazo del Grupo Banco Mundial que se ocupa del sector privado —la Corporación Financiera Internacional— financió la primera planta de energía solar conectada a la red en Filipinas. También se necesitan inversiones en tránsito público en las ciudades en rápido crecimiento del mundo en desarrollo, para que no queden apresadas en modalidades ineficientes y contaminantes.

El proceso de eliminación de subsidios nocivos a los combustibles fósiles está retrasado. El monto de los subsidios directos de este tipo —que benefician principalmente a los más pudientes y en nada ayudan a los pobres ni al medioambiente— es hoy de US$500 000 millones. Esos fondos pueden usarse más provechosamente para invertir en capacidad de adaptación, salud o educación, o para subsidiar tecnologías que permitan reducir las emisiones.

La eliminación de subsidios ha ido a parar a la cesta de lo “demasiado difícil desde el punto de vista político” en los escritorios de las autoridades desde hace demasiado tiempo. Países como Brasil, Indonesia, México y la República Dominicana están demostrando que la eliminación paulatina de subsidios a los combustibles fósiles puede dar resultados favorables y beneficiar a los pobres si se combina con mejores redes de protección y transferencias focalizadas de efectivo. Un conjunto de políticas que incluya esos componentes daría credibilidad a la transición y proporcionaría la confianza y la previsibilidad que necesitan todos los inversionistas y consumidores para modificar sus elecciones y comportamientos. Incluirlos en las contribuciones individuales de los países pondría de manifiesto la determinación de cada país de cumplir el papel que le corresponde en el proceso que conduce a una economía mundial sin emisiones de carbono, y además abriría cauce a una labor esencial antes de que las CNDD se hagan efectivas en 2020.

Una gestión eficaz de la economía significa también el hallazgo de vías que permitan invertir más en capacidad de adaptación. Las contribuciones de los países deben, pues, abordar la adaptación. Los Gobiernos deben aplicar las políticas que sean necesarias para fortalecer la capacidad de adaptación y asegurar que en el proceso de desarrollo se tengan en cuenta los riesgos climáticos. El respaldo y el estímulo del Gobierno central para que las ciudades se transformen en ámbitos más limpios y habitables pueden ser enormemente beneficiosos. Las ciudades en acelerado crecimiento pueden implementar una planificación que impulse un nuevo desarrollo hacia ámbitos seguros y que el proceso de planificación del transporte que realicen aumenten la capacidad de adaptación y a la vez logren sostenibilidad. Finalmente, cabe esperar que las CNDD establezcan marcos de políticas claros sobre la manera en que la silvicultura y la agricultura pueden alcanzar las metas de atención de las necesidades de nutrición y seguridad alimentaria, respaldo para los medios de subsistencia rurales y reducción de emisiones generadas por el uso de la tierra.

Si los países logran ofrecer esas contribuciones generales, los actores económicos recibirán claras señales. No obstante, para que esos esfuerzos se coaliguen y den lugar a un nivel neto cero de emisiones, tendremos que hallar suficiente financiamiento, que es un componente crítico del acuerdo que se alcance en París.

Existen pruebas inequívocas de que, si los países utilizan su capacidad de regulación para establecer precios adecuados, crear incentivos para una inversión limpia y usar toda la gama de instrumentos de políticas que estén a su disposición, lograrán corrientes de inversión más caudalosas.

Marruecos, por ejemplo, adoptó objetivos ambiciosos en materia de energía renovable y mayor eficiencia energética, redujo los subsidios a los combustibles fósiles y creó un marco jurídico atractivo. Como resultado, el país está siendo conocido como un centro de innovación en energía solar: el monto de sus inversiones en energía renovable pasó de US$297 millones en 2012 a US$1800 millones en 2013. Otros mercados emergentes, como Chile y Sudáfrica, están aplicando estrategias impulsadas por políticas, con similares resultados.

La fuerte demanda por parte de los inversionistas de inversiones verdes debidamente estructuradas y respetuosas del clima se refleja en la rapidez con que estos responden al creciente mercado de bonos verdes. Este año, hasta la fecha, se han emitido aproximadamente US$35 000 millones en bonos verdes, y se está conformando un mercado crediticio verde robusto y con liquidez.

Pero los bonos verdes no son la respuesta que necesitan los más vulnerables, especialmente quienes se encuentran en los países menos adelantados y en los Estados frágiles y afectados por conflictos. Es aquí donde siempre tendrán una función decisiva que desempeñar los fondos públicos para el desarrollo y el financiamiento para hacer frente al cambio climático. En el futuro, estos fondos habrán de funcionar más que nunca como catalizadores para satisfacer las múltiples necesidades existentes.

El financiamiento para el desarrollo debe integrar la adaptación para garantizar la eficacia. Lo que hoy ya sabemos es que no hay desarrollo posible al margen del contexto del cambio climático. La inversión en la construcción de bancales en los terrenos en pendiente de los montes de Santa Lucía garantizará el éxito de las inversiones en productividad agrícola al tiempo que a los agricultores se los equipa en la adaptación a precipitaciones más intensas. Garantizar que en Nepal las escuelas se construyen conforme a las normas pertinentes significa la protección de las inversiones en logros educativos porque las infraestructuras escolares serán más resilientes frente a las tormentas. Para proteger el litoral de Viet Nam, invertir en el restablecimiento de los manglares frente a sus costas puede ser menos costoso que invertir en acero y hormigón armado e incrementar los ingresos derivados de caladeros de pesca más feraces. Cada uno de estos proyectos es un proyecto de desarrollo. Cada uno de ellos podría considerarse una inversión en el clima. Es aquí donde convergen el financiamiento para el desarrollo a largo plazo y el financiamiento para hacer frente al cambio climático.

Este año, el Grupo Banco Mundial ha adoptado medidas importantes, como la introducción de análisis climáticos y sobre el riesgo de desastres en nuestros planes de financiamiento para países clientes de la Asociación Internacional de Fomento (AIF, nuestro fondo para los países más pobres). También hemos elaborado planes de adaptación multisectoriales, para empezar, en 25 países clientes de la AIF. Si se demuestra su utilidad, ampliaremos la iniciativa. Confiamos en que los países puedan hacer uso de esa planificación para la adaptación, realizada bajo los auspicios de la AIF, para desarrollar con eficacia propuestas para la tramitación de proyectos para el Fondo Verde para el Clima.

EL FINANCIAMIENTO CLIMÁTICO CIRCULARÁ POR CANALES DIVERSOS

Sabemos que el financiamiento para hacer frente al cambio climático fluirá por multitud de canales. Hace más de seis años, creamos los fondos de inversión en el clima (CIF), que sirvieron para abrir el camino a inversiones en proyectos transformadores para el cambio climático y para extraer enseñanzas sobre cómo optimizar los resultados en ese sector. Energía eólica conectada a la red en México, las primeras plantas a escala de energía solar por concentración en Marruecos, planes de resiliencia en Bolivia y Haití, emprendedores indígenas en energía solar en Tailandia son algunos de los proyectos y programas de los CIF que demuestran cómo los países y el sector privado pueden emplear y aprovechar el financiamiento público para hacer frente al cambio climático. La previsión de los CIF es movilizar sus US$8300 millones en activos para generar otros US$57 000 millones en financiamiento para inversiones impulsadas por los países mediante las que reducir las emisiones netas y promover un desarrollo con capacidad de adaptación al cambio climático. Hace solo una semana, los miembros contribuyentes y otros miembros del Directorio decidieron ampliar durante dos años más las operaciones de los CIF, y aportaron fondos adicionales para garantizar que se podrá seguir haciendo frente a las necesidades de los países mientras se establecen otros fondos.

Celebramos el compromiso inicial de US$9900 millones del Fondo Verde para el Clima (GCF) de la ONU. Su impacto será enorme si, al igual que los CIF, utiliza este capital como catalizador de nuevas inversiones para la reducción de emisiones y la capacidad de adaptación al cambio climático. Estamos deseosos de movilizar los fondos del GCF con los nuestros propios para maximizar ese impacto.

TENEMOS QUE INVERTIR YA EN LA CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN
AL CAMBIO CLIMÁTICO

La firma de un acuerdo sólido en París transmitirá señales inmediatas, pese a que su componente vinculante no entre en vigor hasta 2020. Esto quiere decir que el resto de los componentes deben abordar las necesidades decisivas y apremiantes de incrementar sustancialmente y, desde este momento, nuestras inversiones en capacidad de adaptación al cambio climático.

Las cifras sobre la capacidad de adaptación al cambio climático no dejan lugar a dudas. Por cada dólar invertido, se ahorran 4 dólares en costos de iniciativas de socorro. Por cada dólar invertido en alerta temprana se ahorran hasta 30 dólares en reconstrucción. Los costos de la inacción son cada vez mayores. Las pérdidas económicas por desastres de origen natural se han incrementado de US$50 000 millones anuales de la década de 1980 hasta US$200 000 millones al año en el último decenio. Junto con las pérdidas económicas, también ha aumentado de forma considerable el monto de las pérdidas cubiertas por seguros derivadas de fenómenos meteorológicos extremos. Según los cálculos de SwissRe, esas pérdidas han crecido durante los últimos 10 años de forma proporcional al PIB mundial. De igual modo, también ha ido aumentado la diferencia entre las pérdidas generales y las pérdidas cubiertas por seguros. De nuevo, según los cálculos de SwissRe, prácticamente el 75% de las pérdidas ocasionadas por catástrofes en todo el mundo siguen sin estar cubiertas por un seguro.

En el Grupo Banco Mundial usaremos nuestro registro de seguimiento en innovación financiera para seguir buscando vías para incrementar una inyección de fondos única y para fortalecer la cobertura asegurada para posibilitar ya la construcción de resiliencia sin necesidad de esperar a la próxima década.

Del mismo modo que no hay tiempo que perder para fortalecer la capacidad de adaptación al cambio climático, tampoco cabe esperar para actuar en otros frentes.

En los últimos años hemos observado un nuevo fenómeno, lo que algunos han denominado “coaliciones de trabajo”. Ante el frustrante ritmo de las negociaciones y la dificultad de alcanzar un consenso entre los 193 países miembros de la ONU, se han ido abriendo paso las coaliciones de partes interesadas. Una y otra vez, enfrentados a diferentes cuestiones, Gobiernos, empresas, la comunidad científica y organizaciones de la sociedad civil han llegado a la conclusión de que el interés mutuo en el trabajo en coalición anula las dificultades de fraguar acuerdos vinculantes. De hecho, estas coaliciones han preparado el camino para acuerdos más amplios, y han recuperado el ritmo de los datos, de la recopilación de pruebas y de la acción.

Esto es lo que llevó a países con una masa forestal abundante y a otras partes interesadas a avanzar en el mecanismo de reducción de las emisiones debidas a la deforestación y la degradación forestal (REDD). Esta voluntad de trabajo en asociación ha sido también la impulsora de los esfuerzos encaminados a la eliminación de contaminantes climáticos de vida corta en la atmósfera, de la iniciativa Energía Sostenible para Todos y del desarrollo en África de la agricultura climáticamente inteligente, capaz de mantener las emisiones bajas, generar empleo en comunidades rurales y proporcionar alimento a la creciente población mundial. Confío en que el acuerdo de París reconocerá la importancia de estas coaliciones en el impulso hacia la acción. Para el Grupo Banco Mundial, el trabajo en asociación con estas coaliciones ha sido fundamental para la búsqueda de nuevas formas de apoyo a nuestros clientes.

¿QUÉ SIGNIFICA TODO ESTO PARA EL GRUPO BANCO MUNDIAL?

Desde mi incorporación al Grupo Banco Mundial hace dos años y medio, además de evaluar todos los proyectos y planes nacionales financiados a través de la AIF para hacer frente al cambio climático y al riesgo de catástrofes, hemos empezado a medir las emisiones de gas de efecto invernadero de proyectos en sectores clave, y hemos fijado un precio interno sobre el carbono a título orientativo para los diseñadores de proyectos. Estamos analizando la tasa de descuento que utilizamos para determinar cómo medimos los beneficios económicos a largo plazo, y hemos empezado a trabajar en un indicador de capacidad de adaptación al cambio climático.

Somos consecuentes en el uso de nuestro financiamiento para hacer frente al cambio climático junto con otros bancos multilaterales de desarrollo y, como grupo de bancos, hemos desarrollado un método común para medir la mitigación lograda mediante nuestro financiamiento. Estamos a punto de llegar a un acuerdo sobre una medición común en nuestros proyectos en el ámbito de la adaptación. Confiamos en que, próximamente, todos los bancos multilaterales de desarrollo y las instituciones financieras bilaterales reunidas en el Club Internacional de Finanzas para el Desarrollo se aglutinen en torno a normas comunes de contabilidad.

Todas estas medidas constituyen un sólido instrumental para comprender el grado de exposición al carbono en nuestra cartera —nuestra huella de carbono— y pueden proporcionarnos información gerencial importante para la selección y el diseño de proyectos. Asimismo, este instrumental ayudará a la comunidad internacional a conocer los beneficios que en materia de mitigación y adaptación trae consigo la canalización de financiamiento para el clima a través de nuestra entidad, y los beneficios que obtenemos de motu proprio.

El año pasado cambiamos el modo en que realizamos nuestros marcos de alianza con los países y nuestros diagnósticos de países. Con ello se aplicará de forma creciente una perspectiva climática a la labor de apoyo a nuestros clientes, y se actuará de canal para respaldar a los países en la implementación de sus contribuciones definidas para hacer frente al cambio climático.

Tenemos que asumir el desafío y lograr que cada estrategia regional y nacional y cada estrategia sectorial en todo el Grupo Banco Mundial se rijan por la convicción asumida de que nuestros clientes tienen que conseguir un nivel cero neto de emisiones.

Ello precisará de un cambio continuado en la orientación de nuestra cartera energética para respaldar el acceso a la energía para todos, el incremento de las inversiones en energías renovables y el aumento del apoyo a la eficiencia energética. Requerirá de un apoyo persistente a un transporte limpio, a ciudades más habitables y al desarrollo de un mercado de la construcción verde. Significa dar un giro a nuestra cartera agrícola orientándola hacia una agricultura climáticamente inteligente, dar un impulso a los esfuerzos en materia de mercados de carbono interconectados mundialmente y aumentar la innovación financiera para atraer las inversiones hacia el desarrollo con bajo nivel de emisiones.

En este momento crítico, en Lima y durante el año que transcurra hasta París, mi intención es plantear al Grupo Banco Mundial y a otras instituciones financieras para el desarrollo el desafío de convertirse en socios de primer orden y a largo plazo en este mundo en vías de descarbonización. Pongo a su disposición nuestras reuniones anuales y de primavera boreal como foros en los que ayudar a acrecentar nuestra ambición junto con ministros de finanzas y otros agentes económicos. Respaldaremos el liderazgo alemán del G-7 y el turco del G-20, a fin de garantizar que estos foros apoyen un acuerdo en París que transmita la firme señal que precisamos.

Hoy envío mi propia señal en calidad de presidente del Grupo Banco Mundial: dirigiré nuestra institución y todas sus capacidades —financieras, técnicas y humanas— hacia el apoyo de esta transición en el desarrollo que todos tenemos que respaldar, hacia la meta de preservar nuestro planeta para las generaciones futuras. Muchas gracias

 


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