Presidente del Grupo Banco Mundial, David Malpass
Discurso en Frankfurt School of Finance and Management
Puede ver la repetición del evento en el siguiente enlace (i)
Introducción
Muchas gracias, Jens. También agradezco a la Frankfurt School y al Banco Federal Alemán por recibirme virtualmente. Espero poder dialogar con ustedes y responder las preguntas de los estudiantes, que serán los líderes empresariales del futuro en un mundo posterior a la COVID‑19. Mi intención es preparar el terreno para las Reuniones Anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Grupo Banco Mundial, que se centrarán principalmente en la COVID‑19 y la deuda, y que permitirán a los asociados participar en debates urgentes sobre capital humano, cambio climático y desarrollo digital.
Antes de comenzar, no quisiera dejar de mencionar que es la primera vez que el discurso de las Reuniones Anuales del Grupo Banco Mundial se pronuncia en la Europa continental. Alemania es un importante sostén de nuestra institución y del resto de Europa; es el cuarto accionista más grande del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) y el cuarto mayor contribuyente de la Asociación Internacional de Fomento (AIF). La canciller Merkel siempre ha apoyado decididamente las prioridades del Grupo Banco Mundial, como hacer frente al endeudamiento y al coronavirus y tomar medidas con respecto a los bienes públicos mundiales. Entiendo que la presidencia de la Unión Europea, a cargo de Alemania hasta finales de 2020, también trabaja en torno a esas prioridades.
Como dijo Jens, la pandemia de COVID‑19 plantea una crisis sin precedentes. Sus consecuencias han sido masivas, y es probable que quienes viven en los países más pobres sean los que sufran la peor parte y durante más tiempo. La pandemia se ha cobrado vidas y ha alterado los medios de subsistencia en cada rincón del planeta. Ha empujado simultáneamente a la recesión a más economías que nunca desde 1870. Además, podría dar lugar a la primera ola de una década perdida, caracterizada por un crecimiento escaso, el colapso de muchos sistemas de salud y educación, y un nivel de endeudamiento excesivo.
La pandemia ya ha cambiado nuestro mundo de manera decisiva y lo ha obligado a transitar una transformación dolorosa. Lo ha cambiado todo: la forma en la que trabajamos, cuánto viajamos y cómo nos comunicamos, enseñamos y aprendemos. Ha potenciado con rapidez algunos sectores —en especial, el tecnológico—, mientras que ha llevado a otros a quedar obsoletos.
Nuestro enfoque ha sido integral: nos hemos centrado en salvar vidas, proteger a los pobres y vulnerables, asegurar un crecimiento comercial sostenible y reconstruir de mejores maneras. Hoy haré hincapié en cuatro aspectos urgentes de esta tarea: primero, la necesidad de redoblar los esfuerzos para aliviar la pobreza y la desigualdad; segundo, la pérdida de capital humano conexa y qué debe hacerse para su recuperación; tercero, la urgencia de ayudar a los países más pobres a hacer que su deuda pública sea más transparente y a reducir de manera permanente sus cargas de la deuda, dos pasos necesarios para atraer inversiones concretas, y por último, la forma en que podemos colaborar para facilitar los cambios que se requieren para una recuperación inclusiva y resiliente.
Tema 1: Pobreza y desigualdad
En primer lugar, en materia de pobreza y desigualdad, la COVID‑19 ha representado un revés sin precedentes para los esfuerzos mundiales dirigidos a poner fin a la pobreza extrema, elevar la mediana de los ingresos y generar prosperidad compartida.
Jens ha hecho referencia a las nuevas proyecciones del Banco Mundial sobre pobreza, en las que se sugiere que, para 2021, entre 110 millones y 150 millones más de personas habrán caído en la pobreza extrema y vivirán con menos de USD 1,90 al día. Esto significa que es posible que la pandemia y la recesión mundial empujen al 1,4 % de la población del mundo a la pobreza extrema.
Se observa una marcada diferencia entre la crisis actual y la recesión de 2008, en la que gran parte de las consecuencias perjudiciales se concentraron en los activos financieros y las economías avanzadas se vieron más golpeadas que los países en desarrollo. Esta vez, la desaceleración económica es más extensa y profunda, y ha afectado más a los trabajadores del sector informal y a los pobres (en especial, a las mujeres y a los niños) que a las personas con mayores ingresos o activos.
Esto se debe, entre otras cosas, a la contundente ampliación de los programas gubernamentales de gasto de las economías avanzadas. Los países ricos han contado con los recursos necesarios para proteger a sus ciudadanos, mientras que muchos países en desarrollo no han tenido esa posibilidad. Otro motivo es que los bancos centrales han adquirido activos a una escala que no tiene precedentes, lo que ha permitido sostener los mercados financieros globales. Esto beneficia a los sectores acomodados y a quienes tienen pensiones garantizadas, en especial, en los países ricos, pero no queda claro —ni en la teoría ni en la práctica— de qué manera la tasas de cero interés y los balances generales gubernamentales cada vez más amplios se traducirán en nuevos puestos de trabajo, pequeñas empresas rentables o aumentos de la mediana de los ingresos, todos pasos fundamentales para invertir la tendencia de desigualdad.
Las economías más pobres cuentan con menos instrumentos y estabilizadores macroeconómicos, y sus sistemas de atención de la salud y redes de protección social son más endebles. En esas economías no hay formas rápidas de subsanar la imprevista reducción de las ventas a consumidores de economías avanzadas o el repentino colapso del turismo y de las remesas de familiares que trabajan en el extranjero. Queda claro que, para lograr una recuperación sostenible, se necesita un crecimiento que beneficie a todas las personas y no solo a quienes están en situaciones de poder. En un mundo interconectado, donde las personas están más informadas que nunca, esta pandemia de la desigualdad —en la que la pobreza aumenta y la mediana de los ingresos se reduce— representará cada vez más una amenaza para el mantenimiento del orden social y de la estabilidad política, e incluso para la defensa de la democracia.
Tema 2: Capital humano
En segundo lugar, con respecto al capital humano, antes de la aparición de la COVID‑19, los países en desarrollo estaban realizando importantes avances y, en especial, habían comenzado a cerrar las brechas de género. El capital humano es lo que impulsa el crecimiento económico sostenible y la reducción de la pobreza. Es el conjunto de conocimientos, habilidades y calidad de salud a los que acceden las personas durante el curso de sus vidas. Se relaciona con la posibilidad de que las personas y los países puedan tener ingresos más altos y de que se logre una mayor cohesión en las sociedades.
Sin embargo, desde que se inició la pandemia, más de 1600 millones de niños de países en desarrollo no asisten a la escuela debido a la COVID‑19, lo que implica una pérdida potencial de hasta USD 10 billones en los ingresos que estos estudiantes podrían obtener a lo largo de su vida. La violencia de género se encuentra en alza, y es probable que la mortalidad infantil también aumente en los próximos años: según nuestros primeros cálculos, podría incrementarse hasta un 45 % debido a las deficiencias en los servicios de salud y al menor acceso a alimentos.
Estos problemas suponen un impacto a largo plazo en la productividad, el crecimiento del ingreso y la cohesión social; por eso, estamos haciendo todo lo posible por fortalecer la salud y la educación en los países en desarrollo. En el ámbito sanitario, en marzo el Grupo Banco Mundial trabajó con su Directorio Ejecutivo para poner en marcha un mecanismo de respuesta rápida a la pandemia, a través del cual se ha ofrecido asistencia para situaciones de emergencia a 111 países hasta la fecha. En la actualidad, la mayoría de los proyectos se encuentran en etapas avanzadas de desembolsos destinados a la compra de insumos de salud relacionados con la COVID‑19, como mascarillas y equipos para salas de emergencia.
Nuestro objetivo fue adoptar rápidamente medidas amplias y suministrar grandes volúmenes de flujos netos positivos a los países más pobres. Estamos avanzando a buen ritmo para llegar a la meta que anunciamos de proporcionar en 15 meses financiamiento por valor de USD 160 000 millones, en gran parte destinado a los países más pobres y a los sectores privados para financiamiento para el comercio y capital de trabajo. Más de USD 50 000 millones de esa ayuda se ofrece en forma de donaciones o préstamos a baja tasa y con vencimiento a largo plazo, y constituyen recursos fundamentales para mantener o ampliar los sistemas de atención de salud y las redes de protección social. A corto plazo, ambos mecanismos pueden ser esenciales para la subsistencia y la salud de millones de familias.
También estamos adoptando medidas para ayudar a los países en desarrollo con las vacunas y los tratamientos contra el coronavirus. La semana pasada anuncié que, con la ampliación y extensión de nuestra iniciativa rápida para abordar la emergencia de COVID‑19, buscaremos ofrecer a los países hasta USD 12 000 millones para la compra y distribución de vacunas contra la enfermedad, una vez que estas hayan sido rigurosamente aprobadas por varias entidades reguladoras de todo el mundo. Este financiamiento adicional se proporcionará a países en desarrollo de ingreso bajo y mediano que no cuenten con suficiente acceso, de modo de ayudarlos a cambiar el rumbo de la pandemia y beneficiar a su población. El enfoque se basa en la considerable experiencia que tiene el Banco Mundial en materia de respaldo a programas de salud pública y vacunación, y enviará a los mercados la señal de que los países en desarrollo tendrán a su disposición varias formas de adquirir vacunas seguras y contarán con un elevado poder de compra.
La Corporación Financiera Internacional (IFC), institución del Grupo del Banco dedicada al sector privado, también realiza importantes inversiones en empresas fabricantes de vacunas mediante su Plataforma Mundial para la Salud, que moviliza USD 4000 millones. El objetivo en este caso es ayudar a que se incremente la producción de vacunas y tratamientos contra la COVID‑19, tanto en economías avanzadas como en desarrollo, y asegurar que los mercados emergentes puedan acceder a las dosis disponibles. IFC también trabaja con la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI) a fin de confeccionar un mapa de la capacidad de elaboración de vacunas contra la COVID‑19, centrando la atención en los posibles cuellos de botella.
Con el objeto de mitigar el impacto de la pandemia en la educación, el Banco trabaja para ayudar a los países a reabrir las escuelas primarias y secundarias de manera segura y rápida. Al no ir a la escuela, los niños tienden a sufrir un retroceso en sus habilidades educativas; para los niños de los países más pobres, la asistencia presencial a la escuela es una fuente importante de alimentos y seguridad, y no implica solo aprender a leer o estudiar matemáticas, habilidades esenciales para salir de la pobreza. El Banco está trabajando en 65 países para poner en marcha estrategias de aprendizaje a distancia, en las que se combinan recursos en línea con radio, televisión y redes sociales, así como materiales impresos para las personas más vulnerables. También colabora con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) a fin de establecer las medidas básicas para la reapertura de escuelas.
En Nigeria, por ejemplo, proporcionamos USD 500 millones en financiamiento adicional para la Iniciativa para el Aprendizaje y el Empoderamiento de las Niñas Adolescentes, que tiene como objetivo mejorar las oportunidades de educación secundaria para las niñas. Se estima que el proyecto, para el que se utilizarán la televisión, la radio y herramientas de aprendizaje a distancia, beneficiará a más de 6 millones de niñas.
Tema 3: Carga de la deuda
El tercer tema urgente que abordaré es el de la deuda. Debido a una combinación de factores, se ha producido una ola de sobreendeudamiento en países donde no existe margen de error. En los mercados financieros mundiales prevalecen las tasas de interés bajas, lo que genera un gran entusiasmo por obtener rendimientos e invita a los excesos. Esta situación se ve reforzada por un desequilibrio en el sistema de endeudamiento mundial, que coloca a la deuda soberana en una categoría especial y favorece a los acreedores antes que a los habitantes del país prestatario: no hay un proceso de quiebra soberana que permita hacer pagos parciales y reducir las obligaciones. En consecuencia, las personas, incluso aquellas más pobres y desamparadas, deben pagar las deudas de sus Gobiernos siempre que los acreedores intenten cobrarlas. Hablamos también de los denominados “acreedores buitres”, que adquieren deudas con dificultades en mercados secundarios, aprovechan los litigios, las cláusulas de intereses moratorios y las sentencias judiciales para incrementar el valor de las deudas, y recurren a embargos de activos y pagos para exigir el servicio de la deuda. En los peores casos, esto es el equivalente de la antigua prisión para deudores.
También se han multiplicado los incentivos políticos y las oportunidades para que los funcionarios públicos decidan aceptar préstamos cuantiosos en nombre de los Gobiernos. Sus carreras se benefician si existen deudas con vencimientos a largo plazo porque el ciclo de reembolso suele ser mucho más extenso que el ciclo político. Esto reduce la responsabilidad por el endeudamiento, por lo que la transparencia ahora es mucho más importante que antes.
Otro factor que influye en el actual avance del endeudamiento es el rápido crecimiento de nuevos prestamistas oficiales, en especial, varios acreedores bien capitalizados de China, que han ampliado sus carteras de manera exponencial y que no participan completamente en los procesos de reestructuración de deuda formulados para reducir olas previas de endeudamiento.
Como primer paso para el alivio de la deuda de los países más pobres, en las Reuniones de Primavera del Banco Mundial celebradas en marzo, Kristalina Georgieva, del FMI, y yo propusimos una moratoria en los pagos de la deuda de estos países. En parte, se trató de una respuesta a la pandemia y a la necesidad de los países de tener margen fiscal, y al mismo tiempo, implicó reconocer que estábamos ante una crisis de endeudamiento en los países más pobres. Con el respaldo del Grupo de los Veinte (G-20), el Grupo de los Siete (G-7) y el Club de París, el 1 de mayo entró en vigor la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI), que permitió organizar una respuesta rápida y coordinada para brindar un mayor margen fiscal a los países más pobres del mundo. Hasta mediados de septiembre, 43 países se beneficiaban de la suspensión del servicio de la deuda por un valor estimado de USD 5000 millones, impulsada por acreedores bilaterales oficiales; esto complementa el aumento de financiamiento para emergencias proporcionado por el Banco Mundial y el FMI. La DSSI también nos permitió realizar considerables avances en cuanto a la transparencia de las deudas, lo que ayudará a los países prestatarios y a sus acreedores a tomar decisiones más informadas sobre obtención de préstamos e inversiones. En la edición de este año de International Debt Statistics (Estadísticas de la deuda internacional) del Banco Mundial, que se publicará el próximo lunes 12 de octubre, se presentará un nivel de detalles y datos desagregados sobre deuda soberana que nunca antes se ofreció en los casi 70 años de historia de la institución.
Es necesario tomar muchas otras medidas en relación con el alivio de la deuda. Una opción es ampliar y expandir la actual iniciativa de deuda, de modo que haya tiempo para encontrar una solución más permanente. El Banco Mundial y el FMI han exhortado al G-20 a extender el alivio que se brinda a través de la DSSI hasta finales de 2021, y hacemos hincapié en que es necesario que los Gobiernos del G-20 insten a todos sus acreedores del sector privado y a todos sus acreedores bilaterales del sector público a participar en la DSSI. Los acreedores privados y los acreedores bilaterales no participantes no deberían tener libre acceso al alivio de deuda de otros y a expensas de los pobres del mundo.
La suspensión del servicio de la deuda es una solución provisoria importante, aunque insuficiente. En primer lugar, hay demasiados acreedores que no participan, por lo que el alivio de deuda es demasiado escaso como para satisfacer las necesidades fiscales de la pandemia de la desigualdad que nos rodea. En segundo lugar, los pagos de deuda solo se postergan, no se reducen. No se crea una luz al final del túnel del endeudamiento. Esto es especialmente evidente en el actual contexto de financiamiento a bajas tasas de interés y con vencimientos a largo plazo. La noción de valor temporal del dinero que conocemos no funciona en este momento, por lo que el ofrecimiento de los acreedores de diferir los pagos con un interés compuesto suele implicar que, con el tiempo, la carga de la deuda aumenta, no se reduce. Debe analizarse con cuidado el uso histórico de las ecuaciones del valor neto actualizado en las reestructuraciones de deuda a fin de determinar si es razonable para la población de los países deudores.
El riesgo es que los países más pobres tarden años o décadas en convencer a los acreedores de reducir sus cargas de la deuda lo suficiente como para poder reiniciar el crecimiento y la inversión. Teniendo en cuenta la magnitud de la pandemia, en mi opinión, es necesario que actuemos con urgencia para reducir de manera significativa la deuda de los países sobreendeudados. Sin embargo, con el sistema actual, es posible que cada país, independientemente de su grado de pobreza, deba entablar una disputa con cada acreedor. Los acreedores suelen tener más fondos para poder contratar a los abogados más caros para que los representen, por lo general, ante los tribunales de Estados Unidos y del Reino Unido, en donde es más difícil reestructurar deudas. Sin dudas, es posible que estos países (dos de los que más aportan al desarrollo) puedan hacer más por adaptar sus políticas públicas con respecto a los países más pobres y sus leyes de protección de los derechos de los acreedores de demandar reembolsos de esos países.
Se deben tomar varias medidas. Primero, como ya dije, se debe buscar la plena participación en la moratoria de todos los acreedores oficiales bilaterales y comerciales, para ganar tiempo. Segundo, se necesita una total transparencia en las condiciones de la deuda y los compromisos similares a deuda de los Gobiernos de los países más pobres, ya sea que se trate de obligaciones existentes o nuevas. Tanto los acreedores como los deudores deberían aceptar esta transparencia, pero ninguna de las partes ha hecho suficiente en este sentido. Tercero, en este marco de mayor transparencia, debemos analizar con cuidado la sostenibilidad de la deuda a largo plazo de un país para detectar niveles de deuda soberana que serían sostenibles y adecuados en relación con el crecimiento y la reducción de la pobreza. Este grado de transparencia y análisis también sería sumamente beneficioso para los compromisos públicos de países desarrollados, como las proyecciones de desembolsos para fondos públicos de pensión. Cuarto, necesitamos nuevas herramientas para promover la reducción del volumen de deuda de los países más pobres. El Banco Mundial y el FMI proponen al Comité para el Desarrollo un plan de acción conjunta para finales de 2020 que tenga por objeto reducir la deuda de los países clientes de la AIF que se encuentren en situaciones de endeudamiento insostenibles.
Con una perspectiva más amplia, desde la llegada de la COVID‑19, las altas cargas de deuda se han convertido en un problema que pone en peligro la solvencia de muchas empresas. Según cálculos realizados por el Banco de Pagos Internacionales, el 50 % de las empresas no cuenta con suficiente efectivo para pagar los costos del servicio de deuda el próximo año.
Debido al creciente sobreendeudamiento corporativo, empresas que en otros casos serían viables podrían tener que cerrar sus puertas, con lo que se agravaría la pérdida de puestos de trabajo, caería la actividad empresarial y las perspectivas de crecimiento se desacelerarían durante muchos años. El Banco Mundial e IFC trabajan con sus países clientes para abordar esta cuestión y los ayudan a impulsar y mejorar los marcos de insolvencia y a fortalecer, al mismo tiempo, el capital de trabajo de empresas que son importantes para el sistema.
Tema 4: Promoción de una recuperación inclusiva y resiliente
El cuarto tema que abordaré es la promoción de una recuperación inclusiva y resiliente. La COVID‑19 ha demostrado —con consecuencias mortales— que las fronteras nacionales ofrecen poca protección contra ciertas adversidades. Ha puesto de relieve la íntima relación que existe entre los sistemas económicos, la salud humana y el bienestar general. Ha centrado nuestra atención en el establecimiento de sistemas que puedan proteger mejor a todos los países la próxima vez, especialmente a los ciudadanos más pobres y vulnerables.
Es fundamental que los países trabajen para poder alcanzar sus metas climáticas y ambientales. Una prioridad mundial es reducir las emisiones de carbono producidas por la generación de electricidad, lo que implica poner fin a proyectos nuevos de generación eléctrica a partir del carbón y el petróleo, así como dejar de utilizar generadores que tengan un alto nivel de emisión de carbono. Muchos de los países con mayores emisiones —en el mundo en desarrollo, aunque también, debo decirlo, en el mundo desarrollado— todavía no realizan avances suficientes en este ámbito.
En medio de la pandemia, el Grupo Banco Mundial continúa siendo la entidad financiera multilateral más importante en cuanto a medidas relacionadas con el clima. En los últimos cinco años, proporcionamos USD 83 000 millones en inversiones relativas a este tema. Hemos ayudado a 120 millones de personas de más de 50 países a acceder a datos climáticos y a sistemas de alerta temprana esenciales para salvar vidas en situaciones de desastre. Hemos sumado un total de 34 gigavatios de energía renovable a las redes a fin de ayudar a las comunidades, las empresas y las economías a prosperar. Me complace decir que, durante el ejercicio de 2020, mi primer año completo como presidente, el Grupo Banco Mundial realizó más inversiones relacionadas con el clima que nunca antes en la historia.
Nuestra intención es intensificar esta labor en los próximos cinco años. Estamos colaborando con los países para que asignen un valor económico a la biodiversidad —incluidos bosques, tierras y recursos hídricos—, a fin de que puedan gestionar mejor esos activos naturales. Los ayudamos a evaluar de qué manera los riesgos climáticos afectan a las mujeres y a otras personas que ya se encuentran en situación de vulnerabilidad.
También trabajamos con los Gobiernos para eliminar o redirigir los subsidios a combustibles nocivos desde el punto de vista ambiental y para reducir las barreras comerciales que inciden en alimentos e insumos médicos. Sin embargo, los avances mundiales en este ámbito siguen siendo lentos. Los paquetes de gastos relacionados con la COVID‑19 podrían resultar decisivos para promover más fuentes de energía con bajas emisiones de carbono y facilitar una recuperación más sólida y resiliente.
Además, en relación con la propia economía, y reconociendo la gravedad de la crisis y que es probable que se prolongue en el tiempo, para una recuperación sostenible será fundamental que las economías y las personas permitan los cambios y los acepten. Los países necesitarán admitir capital, mano de obra, nuevas aptitudes e innovaciones para pasar a un entorno de operación distinto luego de la COVID‑19. Para esto es muy importante que los trabajadores y las empresas utilicen sus aptitudes e innovaciones de formas novedosas en un entorno comercial que probablemente dependerá más de conexiones electrónicas que de viajes y apretones de mano.
Con el objetivo de acelerar la recuperación, los países deberán encontrar el equilibrio entre mantener a las principales empresas de los sectores público y privado y reconocer que un buen número de empresas no sobrevivirá a la crisis. En muchos casos, las iniciativas de apoyo serán más eficaces si se ayuda a las familias en vez de intentar sostener estructuras comerciales anteriores a la pandemia.
El entorno comercial debe cambiar y mejorar si se desea lograr una recuperación más rápida y sostenible. Una parte esencial de este proceso de cambio es lograr que el tema de la propiedad de los activos problemáticos y sus nuevos usos se resuelva tan pronto como sea posible. Probablemente esto implique combinar procedimientos de concursos o quiebras más veloces, nuevas opciones legales para solucionar reclamos menores y otras alternativas extrajudiciales, como el arbitraje. Estos son elementos básicos para lograr contratos y una asignación de capital eficaces, pero solo unos pocos países en desarrollo los han implementado. Dada la gravedad de la crisis, simplificar prontamente el derecho comercial y dotarlo de transparencia es tan importante para la recuperación como poder contar con nuevo capital accionario y de deuda.
Ninguna de estas medidas será suficiente, y la realidad es que la ayuda, incluso de los donantes más generosos, no alcanza. Solo para revertir el aumento de la pobreza extrema que probablemente causará la pandemia en 2020, se necesitarían USD 70 000 millones por año (USD 2 al día multiplicado por 100 millones de personas). Eso supera ampliamente la capacidad financiera del Grupo Banco Mundial o de cualquier organismo de desarrollo. En mi opinión, solo pueden lograrse soluciones sostenibles aceptando el cambio a través de la innovación, de los nuevos usos y destinos para los activos, trabajadores y aptitudes laborales actuales, de un reajuste de las cargas de deuda excesivas, y de sistemas de gestión que generen un marco legal estable pero que, al mismo tiempo, admitan los cambios.
Conclusión
En conclusión, he planteado la urgente necesidad de abordar la pobreza, la desigualdad, el capital humano, la reducción de la deuda, el cambio climático y la adaptabilidad económica como elementos para garantizar una recuperación resiliente. Esta crisis, algo que no se vio en los últimos 100 años, ha demostrado que la historia no se repite exactamente, porque la humanidad sí aprende de sus errores. Hasta el momento, la pandemia no ha causado los efectos secundarios devastadores de conmociones anteriores: ni hiperinflación, ni deflación ni una hambruna generalizada. Aunque las pérdidas de ingresos y la desigualdad del impacto han sido peores que en muchas crisis del pasado, la respuesta económica global, hasta ahora, ha sido mucho más amplia de lo que podríamos haber esperado al inicio de esta pandemia.
Será necesario ampliar e intensificar la respuesta para el desarrollo, tanto en términos de la salida de la emergencia sanitaria como de las iniciativas para ayudar a los países a encontrar sistemas de apoyo y planes de recuperación apropiados. Una mayor colaboración nos permitirá compartir conocimientos y desarrollar y aplicar soluciones eficaces mucho más rápidamente. Además, ayudará a los líderes de la innovación a desarrollar una vacuna que venza al virus y permita que las personas recuperen la confianza en el futuro. Si utilizamos todos los medios, tengo la esperanza —y la convicción— de que podremos acortar la duración de la crisis y establecer cimientos sólidos para un modelo de prosperidad más duradera, uno que pueda hacer crecer a todos los países y a todas las personas.
Muchas gracias.