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Discursos y transcripciones Junio 23, 2021

Palabras pronunciadas por David R. Malpass, presidente del Grupo Banco Mundial: Evitar que se pierda una década en América Latina y el Caribe

Gracias, María, gracias a las Asociaciones Andino-Americanas y a los participantes de este encuentro en toda la región de América Latina y el Caribe.

También quiero agradecer a Juana Caicedo, presidenta de la Asociación Ecuatoriano-Americana, por invitarme y organizar este evento.

He trabajado en estrecha colaboración con sus diversas asociaciones y también con la Asociación de Cámaras de Comercio Americanas en América Latina y el Caribe (AACCLA) y la Sociedad de las Américas/Consejo de las Américas (AS/COA) durante décadas. Sé que todos ustedes se han comprometido verdaderamente a vivir y trabajar en la región para expandir el comercio, la inversión y el empleo. Es bueno ver que muchos amigos participan de este encuentro hoy.

Empecé a trabajar en el área del desarrollo y en los desafíos únicos que enfrenta América Latina con los viajes que realicé a Honduras y Guatemala para el Gobierno de Estados Unidos en 1984. La región lidiaba con niveles de inversión insuficientes, tensiones entre las superpotencias, las consecuencias de la crisis del peso y de la deuda de México, y una serie de déficits insatisfechos en las áreas de salud y educación. Los daños eran graves y ese período se convirtió en una década perdida en términos de desarrollo.

Tuve el privilegio de trabajar en la década de 1980 en varios proyectos que contribuyeron a una eventual recuperación, entre los que figuran una importante liberalización del comercio, la titulización de la deuda bancaria a través de bonos Brady, los aumentos de capital del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 1988 y 1989, y, en 1990, la Cumbre de Antigua y la Iniciativa para las Américas. 

Con el fin de la Guerra Fría, surgieron nuevos dirigentes, aumentó el comercio y los flujos financieros se incrementaron. Esto ayudó a la región a iniciar finalmente la recuperación. Si adelanto el reloj hasta el día de hoy, puedo observar las similitudes en la naturaleza de los problemas y también en el fervor de nuestra esperanza en un proceso de recuperación.

Más allá de la COVID‑19, la región enfrenta problemas similares a los de la década de 1980: escasa inversión y baja productividad, conflictos entre superpotencias, inflación y aumento de la pobreza, por nombrar algunos. La carga de la deuda es igual de pesada y difícil de reestructurar, aunque es un tipo diferente de deuda que requiere un tratamiento distinto del de la década de 1980. Esta vez, en lugar de préstamos sindicados de bancos externos, la deuda soberana incluye eurobonos, deuda bancaria interna y cuantiosos instrumentos de deuda y otros asimilables otorgados por instituciones chinas. Estas deudas a menudo conllevan altas tasas de interés y quizá no puedan tratarse en el marco de los procesos de reperfilamiento del Club de París. Los mercados privados están distorsionados debido a los impedimentos que obstaculizan la entrada, la salida y la competencia. Las personas enfrentan asimismo inseguridad física, lo que contribuye a los flujos migratorios.

Estos graves problemas amenazan con dar lugar a otra década perdida. Sé que esto es lo que todos los aquí presentes y toda la región quieren evitar. La misión del Banco Mundial es exactamente esa: trabajar para revertir esta crisis, aliviar la pobreza y ayudar a las personas a alcanzar la prosperidad compartida, es decir, un nivel de vida más alto en términos generales. Además de las tasas de crecimiento y el producto interno bruto (PIB) per cápita, el Banco Mundial reconoce la importancia de los parámetros no económicos de la prosperidad, entre los que figuran el acceso a la electricidad, el agua potable, la salud, la educación y la nutrición; la protección del medio ambiente, la biodiversidad y la resiliencia frente al cambio climático, y la conectividad con las personas, la información y los servicios financieros. Las bases de estos elementos se asientan en sistemas de gobernanza que fomentan instituciones sólidas y el estado de derecho, protegen los derechos humanos y las pequeñas empresas, y reducen la corrupción y la delincuencia.

Los habitantes de América Latina y el Caribe merecen todo esto, pero la realidad diaria es muy diferente. De hecho, las tasas de pobreza van en aumento, no disminuyen, a pesar de que la gente es tan talentosa como en cualquier otra parte del mundo, promueve la innovación, trabaja arduamente y cuenta con recursos naturales en abundancia.

Debo señalar en este punto que reconozco que hay diferencias significativas entre las personas y los Gobiernos de la región, y que solo los estoy agrupando de una manera general, en función de su proximidad geográfica.

En lo que respecta al PIB, la región se contrajo un 6,5 % en 2020, según las cifras más recientes del Banco Mundial. Esto representa la retracción económica regional más aguda desde que se dispone de datos confiables, en 1901. Bolivia, Argentina y Perú sufrieron las caídas más profundas: 9 %, 10 % y 11 % respectivamente. El nivel de la relación deuda-PIB ha aumentado unos 10 puntos porcentuales en 2020 (del 62 % en 2019 al 72 %).

El impacto social ha sido devastador. Cerca de 24 millones de personas perdieron sus empleos. La informalidad de los mercados laborales agravó aún más las dificultades que esto ha entrañado para las personas, debido al escaso acceso a los programas de seguridad social. Todo el espectro del sector privado se vio fuertemente afectado, desde las grandes compañías hasta las microempresas. Según nuestras estimaciones, 28 millones de personas han vuelto a caer en la pobreza.

Si bien la desigualdad es un mal que afecta a todo el mundo, es particularmente evidente y problemática en América Latina y el Caribe. Incluso desde antes de la pandemia: la tasa de crecimiento per cápita de la región se ubicó por debajo del 1 % durante la última década, reflejo del escaso aumento de la productividad y de los erráticos esfuerzos de reforma.

He hablado ya en otros ámbitos sobre las numerosas causas externas de la desigualdad: la concentración de los estímulos fiscales y monetarios en las economías avanzadas; la canalización de esos estímulos a los activos e instrumentos financieros ya existentes, que genera ganancias concentradas para un grupo pequeño a expensas de un crecimiento más amplio, y, en lo que respecta a la deuda soberana, el fuerte sesgo a favor de los acreedores.

La pandemia exacerbó estas desigualdades porque los trabajadores informales y los sectores vulnerables fueron los más afectados. El acceso limitado a las vacunas agrava significativamente la situación: cientos de millones de personas quedan rezagadas. Y las diferencias en la eficacia de las distintas vacunas profundiza el problema. 

Adicionalmente, la desigualdad ha amplificado aún más las tensiones sociales subyacentes, como vemos en Chile, Ecuador, Perú y, más recientemente, en Colombia. Las elecciones generales celebradas en la región reflejan profundas divisiones, polarización y el resurgimiento del populismo. 

Quiero pasar a hablar de un aspecto más positivo. Para América Latina, los últimos años han sido una época de transformación estructural significativa. La crisis de la COVID‑19 trajo consigo el auge de los sectores de alta productividad, que incluyen a las tecnologías de la información y las comunicaciones, las finanzas y la logística. Como se muestra en nuestro reciente informe titulado Volver a crecer, algunos países de la región muestran sólidas capacidades en estas áreas. En una región que alberga a tres docenas de “unicornios”, es posible que una media docena de países esté en condiciones de cosechar los beneficios de la recuperación.

A medida que asignan y movilizan el espectro electromagnético, los países pueden liberar un valor enorme. Incluso en Argentina, que atraviesa una crisis muy grave, el PIB se contrajo en USD 62 000 millones en 2020, pero el valor de las tres empresas más importantes de tecnología de la información y las comunicaciones (que no cuenta como PIB) aumentó en USD 66 000 millones.

La pandemia ha mostrado el valor enorme de las redes de seguridad social que admiten los pagos digitales, pues permiten apoyar a las familias y a los más vulnerables a un costo mucho menor que los sistemas anteriores. Estamos trabajando para ayudar a los países a construir infraestructura digital y crear registros sociales. Estas inversiones permiten dar respuestas de vital importancia cuando se producen crisis y también fomentan la inclusión financiera al tiempo que ayudan a reducir el costo de las transacciones digitales.

Con estas técnicas se pueden igualar rápidamente las diferencias entre las personas e incluso entre las naciones. Para América Latina, esta disrupción puede ser suficiente para empujar al sector bancario tradicional a lograr mayor eficiencia en muchos países, lo que ayudaría a superar un obstáculo que ha durado un siglo. 

El contexto externo también se ha vuelto mucho más favorable para la región, al menos por ahora. El comercio de mercancías ha regresado a los niveles previos a la pandemia. La demanda de China está aumentando. Los precios actuales de los productos básicos superan (en algunos casos significativamente) los valores de principios de 2020. Como resultado, los sectores de la agricultura y la minería de América Latina vuelven a prosperar. Mientras tanto, se prevé que Estados Unidos registrará un déficit comercial considerable. Sus políticas de estímulo equivalen al 4 % del PIB mundial, gran parte en demanda adicional, por lo que América Latina y el Caribe podrá subsanar parte de la brecha en la oferta.

Por otro lado, las economías avanzadas muestran creciente interés en diversificar las cadenas de valor mundiales y promover la deslocalización cercana (near-shoring). La región de América Latina y el Caribe está bien posicionada para aprovechar estas tendencias globales.

En términos generales, si bien sigue vigente la amplia agenda para el desarrollo de la región previa a la pandemia (que incluye la ampliación del acceso a la educación y la salud y la mejora de la calidad de estos servicios, la ampliación y profundización del sector financiero, la mejora de los servicios de infraestructura y el fortalecimiento de las instituciones), es fundamental continuar consolidando el sector privado como motor principal del crecimiento y apoyar después de la pandemia las reformas que busquen eliminar los obstáculos al crecimiento y ayuden a los mercados a desarrollarse con mayor rapidez y más innovación. Los saltos tecnológicos pueden acortar considerablemente los tiempos del desarrollo. 

Para el crecimiento a largo plazo, hay un amplio programa de reforma de las regulaciones del sector privado para impulsar la competencia y la productividad.

En primer lugar, América Latina y el Caribe necesita un entorno de negocios que sea propicio para el desarrollo de la actividad empresarial. Sin embargo, la región todavía está rezagada en comparación con otras en aspectos clave, como la facilidad para obtener créditos, el cumplimiento de los contratos o el comercio transfronterizo.

En segundo lugar, en muchos países es importante abordar las distorsiones inducidas por la propiedad estatal. Las empresas estatales aún tienen un peso significativo en la región, y sus ingresos representaban alrededor del 13 % del PIB regional en 2018. Esta presencia de las empresas de propiedad estatal puede desplazar la inversión privada, crear distorsiones en el mercado y generar importantes costos fiscales. También se necesitan políticas de competencia en el mercado para reducir los acuerdos de fijación de precios creados por cárteles: estos convenios muestran un sobreprecio promedio del 39 % y están presentes en sectores económicos clave, como la manufactura, el comercio minorista, el transporte y las adquisiciones en licitaciones manipuladas.

Y en tercer lugar, la inversión extranjera directa (IED) puede desempeñar un papel importante en la mejora de la competencia y la productividad. Las entradas de estas inversiones en la región han ido aumentando a lo largo del tiempo, pero todavía representan una proporción relativamente pequeña de la IED mundial (10,6 % en 2019). Los problemas más importantes suelen relacionarse con los marcos legales y regulatorios de la IED, en especial con los cambios frecuentes en las normas, no siempre transparentes y en general engorrosos. Me ha dado gusto ver que en los últimos días Ecuador ha adoptado medidas referidas a la solución de disputas. Junto con la dolarización, las medidas que favorecen las inversiones pueden tener un fuerte impacto en la inversión extranjera y, lo que es más importante, en la tasa de inversión de los ecuatorianos. 

Quisiera mencionar brevemente las actividades que el Grupo Banco Mundial lleva adelante en la región. Son significativas. Desde abril de 2020 (el inicio de la pandemia), hemos comprometido casi USD 10 000 millones para la región. Tenemos programas relacionados con la salud en 24 países, y continuaremos expandiéndolos junto con los programas de vacunación. Asimismo, trabajamos con los países a fin de mejorar el clima para la inversión y brindar apoyo a proyectos de inversión significativos. En México, una de las muchas prioridades es ayudar a mejorar el sistema nacional de identificación digital. En Colombia y Ecuador, estamos trabajando para ofrecer fondos en forma de donaciones a través del Servicio Mundial de Financiamiento en Condiciones Concesionarias, con el que se ayuda a brindar servicios básicos a los refugiados y migrantes venezolanos que necesitan apoyo y a las comunidades que los reciben.

Por otro lado, trabajamos en estrecha colaboración con el BID y con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en toda la región. La productividad es muy importante, como lo es reducir la brecha digital para facilitar el desarrollo del sector privado. Me gustaría mencionar dos entidades clave del Grupo Banco Mundial que están trabajando en la región para ayudar al sector privado y mejorar el entorno empresarial: la Corporación Financiera Internacional (IFC) y el Organismo Multilateral de Garantía de Inversiones (MIGA).

Concluiré esta alocución con una serie de observaciones sobre el comercio, el área donde comencé mi carrera en el Gobierno de Estados Unidos en 1984. América Latina y el Caribe tendrá después de la pandemia una gran oportunidad para expandir el comercio a través de cadenas de valor mundiales más dinámicas. Las economías de la región siguen siendo menos abiertas que los países avanzados o los países emergentes de Asia. Para esta región, el comercio representa el 47 % del PIB, mientras que en los países emergentes de Asia, constituye el 105 %, es decir, más del doble. El aspecto más preocupante es que las exportaciones han crecido muy modestamente, y la mayoría de las economías continúan concentrándose en las exportaciones de productos básicos, cuyos mercados son volátiles y a menudo tienen escasos efectos multiplicadores internos. La exposición de la región a cadenas de valor mundiales dinámicas en las manufacturas avanzadas y en los servicios es significativa solo en México, con un cierto grado de exposición en Argentina, Brasil y Costa Rica. Los acuerdos comerciales más amplios pueden ayudar a aprovechar la demanda mundial y las oportunidades de deslocalización cercana. Ninguna otra región, excepto Europa Occidental, ha firmado tantos acuerdos comerciales como América Latina y el Caribe. Pero la mayoría de esos convenios son intrarregionales y generan más encuentros protocolares que comercio real. Sin embargo, se está afianzando una nueva generación de acuerdos comerciales profundos con las economías avanzadas, en los que se abordan cuestiones de importancia crucial dentro de las fronteras, como la competencia, los subsidios gubernamentales, la contratación pública, el funcionamiento de los puertos y las normas laborales y ambientales. La palabra “comercial” no refleja plenamente la riqueza de estos convenios, ya que la Organización Mundial del Comercio (OMC) abarca solo una docena de las más de 50 esferas normativas que se han abordado con este tipo de acuerdos en conjunto. Como se muestra en nuestro informe titulado ¿La integración comercial como un camino al desarrollo?, los acuerdos como el alcanzado recientemente entre Estados Unidos, México y Canadá ofrecen oportunidades significativas para la región. Para lograr una recuperación sólida, será fundamental que la región aproveche más decididamente los acuerdos comerciales que están al alcance de la mano.

En resumen, se puede evitar perder otra década, especialmente dadas las capacidades energéticas, el turismo y la biodiversidad de la región. Algunos de los avances más importantes en términos de prosperidad se han logrado después de las crisis. Les dejo tres reflexiones: 1) El crecimiento y la prosperidad futuros de la región dependerán en gran medida de las decisiones que adopten los dirigentes en los próximos meses (los dirigentes políticos y también los empresariales, como ustedes); 2) la asistencia para el desarrollo, incluida la del Banco Mundial, puede proporcionar apoyo material, pero nunca en la medida suficiente para revertir la tendencia a la baja; 3) para lograr un crecimiento sostenible a largo plazo y crear empleo se necesitará un sector privado dinámico. 

Ahora con mucho gusto responderé sus preguntas. 

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