El momento actual de crisis es extraordinario. Ninguna otra enfermedad se había convertido tan rápidamente en una amenaza mundial como es el caso de la COVID-19. Nunca una proporción tan elevada de las personas más pobres del mundo había vivido en territorios y países afectados por conflictos. Los cambios en los patrones climáticos mundiales inducidos por la actividad humana no tienen precedentes.
No existe una solución mágica para acabar con la pobreza, y las estrategias para llegar a los grupos menos favorecidos deben diseñarse según el contexto de cada país, teniendo en cuenta los últimos datos y análisis, y las necesidades de las personas. El modo en que el mundo responda hoy a estos graves desafíos tendrá una influencia directa en la posibilidad de contrarrestar los actuales reveses en la reducción de la pobreza a nivel mundial.
Si bien abordar la COVID-19 es fundamental, los países también deben continuar generando soluciones a los obstáculos existentes que impiden reducir la pobreza. El Banco Mundial ofrece recomendaciones para un enfoque complementario de dos frentes: responder de manera eficaz a la crisis urgente a corto plazo y continuar centrando la atención en los problemas de desarrollo de base, como los conflictos y el cambio climático.
- Cerrar la brecha entre las aspiraciones y los logros en materia de políticas
Demasiadas veces, se produce una brecha entre las políticas formuladas y los logros en la práctica y, por lo tanto, entre lo que esperan con razón los ciudadanos y lo que experimentan a diario. Las aspiraciones normativas pueden ser loables, pero habitualmente se observa una variación considerable en lo que respecta a concretarlas plenamente y los grupos que se benefician con ellas. Por ejemplo, a nivel local, los grupos que tienen menos influencia en una comunidad podrían no llegar a tener acceso a servicios básicos. A nivel global, las preocupaciones de economía política se reflejarán en la medida en que las naciones ricas y pobres tengan acceso a suministros mundiales limitados de equipos médicos. Es fundamental elaborar estrategias de implementación que puedan responder de forma rápida y flexible para subsanar las deficiencias.
- Ampliar el aprendizaje y mejorar los datos
Aún no se sabe mucho sobre el nuevo coronavirus. La velocidad y la escala con la que ha afectado al mundo ha sobrepasado los sistemas de respuesta, en los países ricos y pobres por igual. Las respuestas innovadoras suelen provenir de las comunidades y las empresas, que pueden tener una idea más concreta de los problemas a los que debería darse prioridad y pueden gozar de mayor legitimidad a nivel local para transmitir y hacer cumplir decisiones difíciles, como el requisito de quedarse en casa. Cuanto más rápido aprendan todos de los demás, el aprendizaje será más útil. Por ejemplo, la respuesta de la República de Corea a la COVID-19, ampliamente reconocida, se ha atribuido en parte a esfuerzos intencionales por aprender de la “dolorosa experiencia” de respuesta al coronavirus, causante del síndrome respiratorio de Oriente Medio, en 2015.
- Invertir en preparación y prevención
“Pagar ahora o pagar después” puede ser un cliché, pero en la situación actual es evidente que el mundo está aprendiendo de nuevo la lección, de la peor manera. Las medidas de prevención suelen tener una baja recompensa política: se concede poco reconocimiento cuando se evitan desastres. Con el tiempo, las poblaciones que no han experimentado este tipo de adversidades pueden volverse autocomplacientes y pensar que los riesgos se han eliminado o son fáciles de abordar. La COVID-19, junto con el cambio climático y los conflictos persistentes, son un recordatorio de la importancia de invertir en medidas de preparación y prevención de manera integral y proactiva.
- Aumentar la cooperación y la coordinación
Para contribuir a los bienes públicos y mantenerlos se necesita una vasta cooperación y coordinación. Esto es crucial para promover un aprendizaje amplio y mejorar las bases de la formulación de políticas a partir de datos, y también para generar un sentido de solidaridad compartida durante las crisis y garantizar que las difíciles decisiones normativas que toman las autoridades sean confiables y seguras.
En términos generales, Se debe hacer hincapié en las personas más pobres, independientemente del lugar donde vivan, y trabajar con los países de todos los niveles de ingreso para invertir en su bienestar y su futuro.
El objetivo de poner fin a la pobreza extrema va de la mano de otro objetivo del Grupo Banco Mundial —impulsar la prosperidad compartida (i)—, centrado en aumentar el crecimiento de los ingresos del 40 % más pobre de la población. En general, impulsar la prosperidad compartida se traduce en mejorar el bienestar de los segmentos menos favorecidos de cada país, e incluye un fuerte énfasis en combatir las persistentes desigualdades que mantienen a las personas sumidas en la pobreza generación tras generación.
La labor del Grupo Banco Mundial se basa en sólidos programas nacionales para mejorar las condiciones de vida, es decir impulsar el crecimiento, elevar la mediana de los ingresos, crear empleos, incorporar plenamente a las mujeres y los jóvenes en la economía, enfrentar los desafíos ambientales y climáticos, y apoyar una economía más sólida y estable en beneficio de todos.
Esto no es una tarea fácil, y el camino por recorrer no será sencillo ni estará libre de complicaciones, pero es la esencia de lo que el Grupo Banco Mundial hace cada día, y continuará haciendo en estrecha colaboración con los países para ayudarlos a encontrar las mejores maneras de elevar la calidad de vida de sus ciudadanos más necesitados.
Última actualización: Oct 14, 2021