Goldstein trabajaba en un proyecto sobre emprendedores en Kampala cuando notó una tendencia en los resultados que hizo surgir las siguientes preguntas: ¿Qué lleva a algunas mujeres a aventurarse en las industrias principalmente masculinas? ¿Hay algo diferente en ellas?
En el estudio “Romper la barrera de metal” —que podría transformarse en la primera investigación de este tipo— se trató de averiguar y responder tales interrogantes.
Se analizaron datos recopilados en 2011 para determinar si la pequeña cantidad de mujeres en las industrias dominadas por los hombres tenía habilidades o características especiales.
Goldstein dice que esperaba que las mujeres fueran “superempresarias. Pensé que se relacionaba con la capacidad empresarial. Pero resultó que no era eso”, relata.
“No parecía ser el caso de que se tratara de tener habilidades muy superiores al promedio en cualquiera de las dimensiones que podíamos medir”.
En cambio, los factores más importantes que influían en las mujeres eran el apoyo de sus familias y los consejos de un mentor, en particular de una figura masculina.
Las mujeres, apodadas “crossovers” (que cruzan las fronteras de género) por los investigadores, tenían 3,5 veces más probabilidades de haber sido introducidas en su trabajo por un miembro masculino de la familia, y un 80 % más probabilidades de haber contado con un modelo masculino que otras mujeres.
“También eran mucho más propensas a haber sido expuestas al sector cuando eran relativamente jóvenes, con el apoyo de alguien de confianza, por lo general un varón, que las ayudaba”, dice Francisco Campos, coautor del estudio “Romper la barrera de metal”.
El estudio se realizó también en Etiopía en 2014 y 2015 para verificar si los resultados eran los mismos y acumular más pruebas en la región. Esta investigación mostró que el marido de una mujer parece desempeñar un papel importante en la incorporación de esta en un sector dominado por los hombres, dice Niklas Buehren, economista del Laboratorio de innovación. Los esposos proporcionan financiamiento y también muestran a las mujeres los tipos de habilidades que necesitan, y a menudo la pareja crea de manera conjunta una empresa e ingresan “juntos en ese sector”, agrega.
Sin embargo, con frecuencia, las mujeres “crossovers” son solteras, es decir no se han casado nunca, o son viudas o divorciadas.
Y, curiosamente, ellas tenían un 93 % menos probabilidades de haber recibido la influencia de un maestro, según el estudio de Uganda, tal vez porque las escuelas tienden a reforzar las profesiones tradicionales para las mujeres, dice Goldstein.
Christine Lamum (derecha) toma un descanso de su trabajo en el que se encarga de una de las muchas calderas en Kisenyi, en las cuales se transforman partes de automóviles en metal líquido para fabricar las ollas. © Stephan Gladieu / Banco Mundial
“Los maestros son quienes realmente refuerzan las normas de género en Uganda”, asegura. “Si los maestros tienen influencia en la elección de una profesión, las mujeres entonces trabajarán como peluquera o proveedora de comida”.
Otro factor parece ser la falta de información sobre cuánto ganan las personas.
En Uganda, “más del 75 % de las mujeres de los sectores tradicionales que ganan menos no saben que sus ingresos, en promedio, son más bajos que los de las mujeres ‘crossovers’. Así que hay un vacío de información en general”, señala Ana Maria Munoz Boudet, otra coautora del estudio.
Las mujeres de Etiopía “no parecían saber que la elección del sector es importante en materia de ingresos”, dice Buehren. “Es una información difícil de conseguir, y no hay datos”.
En medio del ajetreo de la producción en Kisenyi, Ajio explica que su padre la introdujo en el oficio. Él se estaba retirando del negocio cuando se dio cuenta de que ella podía ocupar su lugar y vivir bien. La alentó a reemplazarlo y arregló que un amigo la capacitara, cuenta.
Hoy en día mantiene a sus siete hijos y dos hijos de sus hermanos. Ella anima a otras mujeres a hacer el mismo tipo de trabajo, y dice que varias ya han venido.
A pocos pasos del taller de Ajio, Christine Lamum, de 46 años, describe lo que hace en su “jua kalii” (un pequeño negocio informal). Ella se encarga de una de las muchas calderas en Kisenyi, en las cuales se transforman partes de automóviles en metal líquido para fabricar las ollas. Lamum solía vender hortalizas en Gulu, un distrito en el norte de Uganda, pero cambió de ocupación en 2002, después de trasladarse a Kampala en búsqueda de trabajo. Vio a los hombres que trabajaban en el barrio y se les unió, y relata que ahora tiene suficiente dinero para enviar a sus ocho hijos a un internado.
Agrega que les dice a otras mujeres que podrían tener una vida más fácil haciendo lo que ella realiza. “No deberían descartar este tipo de empleo porque quizás es el trabajo de un hombre. Todo es posible. Los hombres y las mujeres pueden ser iguales”.
Teniendo en cuenta las conclusiones de los estudios, Campos plantea que el siguiente paso debe ser un proyecto piloto que proporcione información a las mujeres sobre las oportunidades en áreas no tradicionales, junto con programas de capacitación y tutoría.
Los países en desarrollo deben tratar de facilitar el camino para que las mujeres se incorporen a industrias dominadas por los hombres, señala Goldstein.
“Si nos importa el crecimiento económico, entonces esta parece ser una manera mucho mejor de dar acceso a las personas a los puestos de trabajo más adecuados para ellas, lo que haría crecer las economías. También esto permitiría que esas personas sean más felices, porque no se están desechando ciertas profesiones para ellas. Existen más opciones para que las personas puedan encontrar algo que las haga felices, y también se abordaría la desigualdad en los ingresos por razón de género, y así lograr una mayor igualdad”.