En Honduras, la comunidad garífuna de Yimene Calderón, integrada por descendientes de arahuacos, caribes y cautivos africanos, debe lidiar con una persistente falta de oportunidades. Hay discriminación en el mercado laboral y grandes dificultades para acceder a la educación formal. Las condiciones de vida de sus miembros han mejorado durante la última década, pero estos aún enfrentan desigualdades en el acceso a servicios esenciales, como la salud y la educación, y al empleo. La comunidad cuenta con pocos centros médicos, en los que suelen faltar insumos, profesionales médicos y apoyo bilingüe. Como resultado, los garífunas viven mayormente en barrios marginales y en situación de pobreza crónica.
“Tenemos un 90 % de desempleo y hay poco trabajo”, señaló Calderón, directora ejecutiva de la Organización de Desarrollo Étnico Comunitario (ODECO). Para muchos, los empleos informales, como la venta callejera, son la única salida. “Hay poquísimas personas con un salario regular; se pueden imaginar lo difícil que puede llegar a ser formar una familia sobre la base de las transferencias monetarias”, contó al Banco Mundial.
Calderón y otros garífunas son algunos de los 130 millones de afrodescendientes que viven en América Latina. Desde las comunidades afroindígenas, como los garífunas de América Central, hasta los pardos de Brasil, los afrodescendientes han sido históricamente excluidos debido a su identidad racial, y en general se los ha estigmatizado y estereotipado. Las personas como Calderón están sobrerrepresentados entre los pobres, un fenómeno común en la región.