Brazzaville, 2 de marzo de 2017. Lo que me sorprendió cuando me reuní por primera vez con Noëlle Ntsiessie fue su dominio del idioma y su cultura general, hasta el punto de que no pude evitar preguntarle qué hacía cultivando verduras en este remoto rincón de Soungi. “En nuestra familia”, dijo sonriendo como si hubiera leído mi mente, “la horticultura es un asunto que se transmite de padre a hijo y de madre a hija”.
A sus 40 años, Noëlle Ntsiessie es una de los 2000 horticultores que fueron desalojados de numerosas explotaciones agrícolas ubicadas en los alrededores de Brazzaville debido a la construcción de obras viales. Ella, junto con otras 79 personas, pudo reubicarse a unos 10 kilómetros de distancia de Brazzaville, concretamente en Soungi, donde cultivan 10 hectáreas a lo largo del río Djoué con la asistencia del Proyecto de desarrollo agrícola y rehabilitación de caminos rurales (PDARP). (i) “Francamente, estaba desesperada cuando nos desalojaron de nuestro lugar, pero cuando llegué a Soungi y vi las instalaciones que nos proporcionó el PDARP, inmediatamente recuperé la esperanza”, recordó Ntsiessie.
Noëlle Ntsiessie no ha tenido una vida fácil. No conoció a su padre y perdió a su madre a los 10 años de edad. Fue criada por sus abuelos agricultores que le transmitieron el gusto por la horticultura. Pero después de no completar la escuela secundaria hizo algunos cursos de capacitación y encontró trabajo como secretaria en una empresa privada de Brazzaville. Los conflictos armados que estallaban esporádicamente en Brazzaville en la década de 1990 la obligaron a trasladarse a Pointe-Noire, la capital económica del Congo. Su búsqueda de libertad la condujo a círculos artísticos, donde fue contratada como bailarina y más tarde como directora de una compañía coreográfica. En el año 2000, salió del Congo con su compañía para refugiarse primero en Côte d'Ivoire y luego en Burkina Faso. A su regreso a Brazzaville, después de ocho años de exilio, no tenía dinero ni ninguna perspectiva. Su suegra la alentó a volver a conectarse con su pasión de la niñez. “Mi suegra me dijo un día: ‘hay dinero en la tierra’ y eso me animó a volver a la horticultura”, dijo Ntsiessie.
Desde junio de 2015 es una de las fundadoras del grupo de horticultura Makedika, del cual es tesorera. El nombre del grupo significa “honestidad”. Al igual que los otros integrantes, ella tiene un lote de 500 metros cuadrados en el que cultiva cebollines, escarolas, espinacas y berenjenas. Su primera cosecha le permitió obtener casi 250 000 francos CFA (aproximadamente USD 405) en ganancias, y el futuro parece prometedor. “Todavía hay muchos prejuicios contra la agricultura en la sociedad congoleña”, señaló. “Algunas personas ni siquiera consideran que sea un trabajo, y los que trabajan en la horticultura suelen avergonzarse porque se asocia con la pobreza. No se hace suficiente hincapié en que la agricultura es una profesión noble que genera riqueza”. Para convencernos de los beneficios de la agricultura, añadió que los ingresos agrícolas obtenidos por ella y su esposo, también horticultor, le permitieron comprar su casa donde ella instaló un vivero de plantas, y además le permiten financiar las actividades artísticas en las que sigue participando como directora de un festival internacional de teatro.